El principal error al escribir un diálogo
Carlos Alberto Velásquez C
Esta semana quiero hablarles de un error muy frecuente en literatura, y del que me declaro culpable. Tardé muchos años en descubrirlo y por eso quiero compartirlo.
En los textos de escritores novatos, y aun en los consagrados, es frecuente encontrar diálogos mal construidos porque suelen escribir lo que el lector debe saber y no lo que los personajes deben decir.
En un diálogo real una persona muchas veces calla lo que piensa, ya sea porque es prudente hacerlo, o porque lo que ha de decir ya es conocido por la otra persona con la que conversa. Aún más: después de una discusión es común descubrir que quedaron muchas cosas por decirse, porque la dinámica de una conversación no siempre transcurre como se planea. Con frecuencia una persona quiere decir algo y la conversación toma otro rumbo y se queda sin expresarlo.
Es inverosímil, por ejemplo, que una pareja de ancianos con cincuenta años de casados se siente en el balcón de su casa a describirse mutuamente cómo estaban vestidos en el día de su matrimonio, cómo era el carro en que fueron de la iglesia hasta su casa, y se relaten en un diálogo los pormenores de su luna de miel, ¡como si el otro no lo supiera!
Puede que el escritor quiera que el lector se entere de cómo fue su matrimonio y su luna de miel, pero no suena verosímil que la pareja converse relatándose mutuamente los hechos que ambos vivieron, en un diálogo que es completamente innecesario. Esas conversaciones no se dan en la vida real. Si el autor quiere que el lector se entere de lo que ocurrió hace cincuenta años, debe buscar otra estrategia.
Suena artificiosa una conversación donde los personajes tienen que hablar de un tema con el único propósito de informar al lector, cuando en la vida real, la conversación sería mucho más fluida y sin tanto detalle irrelevante para los que dialogan.
Un buen diálogo literario no debe decir lo que los personajes recuerdan o piensan (con intención de ilustrar al lector), sino lo que los personajes conversarían si fueran reales. Y hay que recordar un axioma fundamental: Un diálogo verdadero no dice todo lo que el personaje piensa o sabe. Dice lo que el personaje necesita decir en el contexto de una conversación.
Hace poco leí un libro de cuentos de una escritora de vasta experiencia. Había un relato en el que a una mujer le roban un carro. La víctima llegaba a un taller en busca de su mecánico de confianza, pero encontraba cerrado el local. De repente, un hombre la aborda apuntándole con un arma, y le dice que se baje del auto.
La mujer en cuestión le responde:
—Por qué me vas a quitar el carro, lo conseguí con mi trabajo, lo necesito para visitar a los clientes y conseguir las pautas de publicidad... Me va a quitar lo que he conseguido con mi esfuerzo, está bien, lléveselo, pero déjeme sacar unos candelabros y una chaqueta que no son míos, están en la maleta.
¿En un atraco real una mujer narraría al asaltante el uso cotidiano que le da al vehículo? ¿le contaría que el carro fue conseguido con el dinero resultante de su trabajo? ¿le confiaría que el carro que pretenden robarle lo usa para visitar clientes y conseguir pautas publicitarias?
Alguien podría argumentar que conoce un caso verídico de alguien que no solo lo pensó, sino que tuvo todo el tiempo de decirlo en medio de un atraco, y que tuvo la fortuna de tener un atracador que muy amablemente escuchó la explicación completa sin impacientarse (de todo se ve).
Pero en literatura, se trata de construir un texto sea creíble. Y lo verídico y lo verosímil no siempre van de la mano.
Cuando en una historia literaria hay algo que el lector debe conocer, el escritor debe encontrar la mejor forma de hacérselo saber. No siempre es el personaje quien debe proveer esa información. A veces es necesario que el narrador cuente lo que el personaje no expresaría en una conversación real.
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