Crea-Acción Literaria

Taller de Creación Literaria de la Editorial Libros para Pensar

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Taller Crea-Acción Literaria de la Editorial Libros para Pensar

miércoles, 24 de abril de 2024

Tres anécdotas de Francisco de Quevedo

Es por todos conocida la agudeza de ingenio de Francisco de Quevedo. Hoy les dejamos tres divertidas anécdotas que lo pintan de cuerpo entero. (Tomado de Historias de la literatura)

📚

Un día un aprendiz insistió en leerle un par de sonetos que había escrito.

Tras leer el primero, Quevedo le dijo:

—El siguiente será mejor.

A lo que el aprendiz replicó:

—¿Cómo podeis saberlo, si aún no lo he leído?

Y Quevedo respondió:

—Sencillamente, amigo mío, porque es imposible que sea peor que el que acabo de escuchar.

📚📚

Un día paseaba Quevedo por las galerías del Real Alcázar, cuando un grupo de cortesanos que estaban allí le reconocieron, y, sabiendo de su habilidad para improvisar versos, uno le dijo:

—¡Quevedo, hacednos un verso!

El escritor le contestó:

—Dadme pie.

Quevedo pretendía una palabra o una idea, pero el cortesano lo interpretó literalmente y le acercó su pie.

El autor, sujetando el pie, improvisó:

—Paréceme, gran señor,

que estando en esta postura,

yo parezco el herrador

y vos la cabalgadura.

📚📚📚

Estando enfermo Quevedo durante su cautiverio en el Convento Real de San Marcos, en León, uno de los religiosos que lo cuidaban, le trajo un caldo que más que caldo era agua caliente.

El poeta empezó a decir:

—¡Bravo caldo, valiente caldo!

Ante la pregunta del religioso de porqué era valiente el caldo, Quevedo respondió:

—Porque no tiene nada de gallina.



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Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos 
(1580- 1645) fue un noble, político y escritor español del Siglo de Oro. Fue caballero de la Orden de Santiago a partir de 1618​ y señor de Torre de Juan Abad a partir de 1620. Junto con Luis de Góngora, con quien mantuvo una enemistad durante toda su vida, es reconocido como uno de los más notables poetas de la literatura española. Además de su poesía, fue un prolífico escritor de narrativa y teatro, así como de textos filosóficos y humanísticos.

jueves, 11 de abril de 2024

Decálogo literario de Sadie Smith

 Decálogo de Zadie Smith

Tomada de El Tiempo.

I

Mientras seas pequeño, asegúrate de leer muchos libros. Dedica más tiempo a la lectura que a cualquier otra actividad.


II

De adulto, intenta leer tu propio trabajo como lo leería un extraño. O mejor aún, como lo leería un enemigo.


III

No rodees de romanticismo tu «vocación». O eres capaz de escribir buenas frases, o no. No existe eso del «estilo de vida del escritor», lo único que importa es lo que dejas en la página.


IV

Evita tus debilidades. Pero hazlo sin decirte a ti mismo que las cosas que no puedes hacer no valen la pena. No disfraces tu falta de confianza en ti mismo de desprecio.


V

Deja que pase un tiempo aceptable entre el proceso de escritura y el de edición.


VI

Evita las camarillas, las pandillas y los grupos. La presencia de la manada no hará que mejores como escritor.


VII

Trabaja en un ordenador que no tenga conexión a Internet.


VIII

Protege el tiempo y el espacio que dedicas a escribir. Mantén a todo el mundo lejos de tu espacio de trabajo, incluso a aquellas personas que son más importantes para ti.


IX

No confundas premios con logros.


X

Di la verdad. A través de cualquier forma en la que se te revele, pero dila. Resígnate a la eterna tristeza que proviene de nunca quedar satisfecho.

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Zadie Adeline Smith, de nacimiento Sadie Adeline Smith, (Londres, 25 de octubre de 1975)1 es una escritora, novelista, ensayista, y escritora de relatos cortos británica.​ 

Su primera novela, Dientes blancos se convirtió inmediatamente en un best-seller y ganó varios premios. Es profesora titular de la Facultad de Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York desde septiembre de 2010.

miércoles, 13 de marzo de 2024

Lanzamiento del libro EL TALLER DE POESÍA de Luis Fernando Macías.

El pasado 8 de marzo de 2024 tuvimos el placer de estar con el escritor colombiano Luis Fernando Macías quien nos habló de su libro EL TALLER DE POESÍA. 



En una amena conversacion con la también escritora Janeth Franco Posada, nos habló de la poesía y de como a  lo largo de muchos años planeo la recopilación de este libro. 

A continuación los invito a ver la grabación de dicha presentacion, la cual se realizó en la sala Mi Barrio del Parque Biblioteca de Belén. (Ofrecemos disculpas por problemas de sonido en el origen de la grabación). 



Ver también: 

jueves, 7 de marzo de 2024

Entrevista a Memo Anjel.

Quizas muchos conozcan a Memo por su programa radial "La otra historia" transmitido por Radio Bolivariana.  Otros lo conocen porque ha sido su profesor, y muchos otros por sus libros. 

Tengo el gusto de conocerlo y me siento honrado por su amistad. Un amigo de los que uno se siente orgulloso de tener. 

Esta semana comparto la entrevista que hace Pao Restrepo (La monita) al escritor antioqueño de raices sefaradíes. 




miércoles, 28 de febrero de 2024

Nueva novela de Angela Ramírez: 18 fotos.

Hace algunas semanas la escritora Angela María Ramirez Gil estuvo invitada a nuestro taller de Crea-Acción literaria.  Allí nos compartió un texto publicado en su libro TOC TOC, y nos contó de su nueva obra, una novela titulada 18 FOTOS. 

18 FOTOS  es una interesante novela corta que trata de una mujer joven a la que su padre le deja de herencia una vieja cámara de fotografias. Ella descubre que tiene un rollo adentro en el cual hay 18 fotografìas sin revelar. Pero también que tiene otras 18 por tomar.


Miremos el texto de la contraportada:

No todas las herencias son mansiones, empresas o cuentas bancarias, hay algunas más humildes, incluso podemos heredar animales, deudas, responsabilidades y hasta enfermedades. A Paula su padre le heredó una cámara y un rollo fotográfico a medias. Quedan dieciocho fotos por tomar, hay 18 imágenes desconocidas. Tiene que aprovechar una promoción le quedan pocas horas para revelar el pasado o para descubrir su presente.




En la novela "18 FOTOS" de Ángela María Ramírez, nos sumergimos en una historia íntima y conmovedora ambientada en la ciudad de Medellín, Colombia, en la época actual. La trama sigue los pasos de una auxiliar de enfermería cuya vida se ve marcada por una relación distante y conflictiva con su padre, quien la abandonó junto a su madre, víctima de cáncer.

La protagonista se encuentra en posesión de una cámara fotográfica heredada de su padre, la cual guarda en su interior un rollo sin revelar que contiene dieciocho fotos sin acabar. Impulsada por una promoción, decide aventurarse a capturar esas imágenes faltantes y revelar el rollo; desencadenando así un viaje emocional que abarca solo un día, pero que nos permite adentrarnos en su pasado a través de flashbacks reveladores.

La historia se desenvuelve principalmente en el pintoresco barrio de Buenos Aires, ubicado junto a la estación del tranvía, donde la protagonista reside y trabaja en un centro médico. A medida que avanza en su misión de completar las 18 fotos, se ve obligada a confrontar sus propios demonios internos y a enfrentarse a los recuerdos dolorosos que ha estado evitando.

"18 FOTOS" es una novela que destaca por su narrativa sencilla pero profunda, sin adornos innecesarios. Ángela María Ramírez logra transmitir con maestría la complejidad de las relaciones familiares, el proceso de sanación emocional y la búsqueda de identidad personal a través de una trama cautivadora y honesta.

Este es el séptimo libro que sale bajo el “sello de AMR. escritoras

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Título de la obra: 18 FOTOS
Autor: Ángela María Ramírez
Género: Novela corta
Páginas: 132
Año de publicación: 2024

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AMR Escritoras es un proyecto de escritura que une dos generaciones, la madre, Angela María Ramírez, y la hija, Abril Mejía Ramírez, en la pasión por la narrativa. Angela se adentra en novelas y cuentos, explorando las peculiaridades de la vida cotidiana y las excentricidades que definen a los personajes, presentándolos como comunes pero únicos, camuflados en la multitud. Su última novela, "La Corredora", desafía la realidad al seguir la vida de una joven artista que afirma volar por las noches y salvar vidas en la Antípoda, abordando sinestesias, rarezas y las luchas internas mientras navega por el complejo laberinto de la depresión y la transición a la adultez. Además, "Toc, Toc, ¿Quién Soy?" es un libro de cuentos que explora las particularidades psiquiátricas de sus personajes, desde marcadas hasta sutiles, incluso adentrándose en lo macabro.


Por otro lado, Abril, ha publicado dos libros y ha sido ganadora de varios concursos de cuento. Su creatividad se materializa en su novela juvenil "Los 10 Elementos", en proceso de edición.

AMR Escritoras tiene como objetivo proporcionar una plataforma para la publicación y difusión de aquellos que deseen explorar temáticas distintas y fuera de lo convencional, fomentando la diversidad y la originalidad en la narrativa. Juntos, buscan crecer y consolidarse como una oportunidad diferente en el mundo literario.

En los últimos años han salido siete los libros bajo el nombre de AMR escritoras, “nos estamos preparando para mejorar nuestros textos y apoyar a otras que se inician en el camino de las letras y que, por muchas circunstancias, entre ellas las económicas, están publicando sin ningún tipo de edición. Esperamos transmitir nuestros conocimientos y lograr que tanto nuestros libros como los de ellas se conviertan en un producto de calidad literaria y visual digno de ser distribuido y leído en cualquier parte”.


AMR OBRAS

Ángela María Ramírez
  • Isolda/ Novela juvenil
  • Hojas amarillas/ Libro de poesía
  • La corredora/ Novela Juvenil
  • Toc, toc. ¿quién soy? / Libro de cuentos
  • La Campanella/ cuento/ Veinte y una narradoras, palabras rodantes
  • Escalas del sexto/ cuento Líneas cruzadas editorial Hilo de plata
Abril Mejía Ramírez
  • Casiopea, la bruja de las letras. /ganadora del 1er puesto Pedrito Botero
  • Francia rosa/ ganador concurso nacional de cuento Ministerio de educación
  • Los duendes/ ganador del Concurso Nacional bibliotecas EPM
  • Alitas de cobre / Cuento
  • Papá Noel tiene diabetes/ Cuento

Redes:

Instagram: AMR.escritoras
AMR.escritoras@gmail.com

WhatsApp 3122377247

miércoles, 21 de febrero de 2024

Lanzamiento del libro ESO ES PURO CUENTO Vol 4

El pasado 15 de febrero se hizo el lanzamiento del libro Eso es puro cuento, volumen 4,  editado por Libros para Pensar. 



El evento tuvo una asistencia de mas de 90 personas, que acompañaron a los 20 autores. 

La presentacion estuvo a cargo de Juan Andres Alzate (autor y editor), el maestro Javier Echeverri (quien hizo el prologo) y Carlos Alberto Velasquez, autor y coordinador de los talleres de Crea-Accion literaria de la editorial. 

El inicio estuvo amenizado por Jesus xxx quien nos deleitó con dos canciones (Vive, y A mis amigos)

Durante el evento se plantearon ciertas preguntas: 

¿Vale la pena contar historias?

¿Que valor tiene una antología? 

¿Será el libro reemplazado por otro formato algún día?

¿Qué pasa con la tradición de narración oral en los tiempos modernos?


A continuación les compartimos la grabación del evento. 



 Agradecemos también al parque biblioteca de Belén por habernos cedido este espacio. 









miércoles, 14 de febrero de 2024

Cuento La droga salvadora. Carlos Alberto Velasquez C

Este cuento lo escribí hace mucho tiempo (por alla en 1987) y fue publicado por primera vez en mi libro La Monja Sin Cabeza y otros cuentos. 

Hace poco la Editorial Libros Para Pensar me ofreció participar en una excelente antología y quise compartir este cuento que sé que será del agrado de muchos.

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LA DROGA SALVADORA


Carlos Alberto Velásquez Córdoba


Todos mis compañeros decían que yo era un «lambón». Que sólo me quedaba a hacer turnos en la noche con el fin de que mis profesores me pusieran una mejor calificación que los demás. Claro que eso estaba entre mis planes, aunque muy en el fondo. ¿A quién no le gustaba sacar una nota destacada al final del semestre? Pero lo que me interesaba era aprovechar al máximo la rotación por el servicio de urgencias del Instituto de los Seguros Sociales. Aunque no era obligatorio hacerlo, el coordinador de prácticas había hecho la sutil «sugerencia» de hacer algunos turnos nocturnos en el servicio «para que el futuro médico se vaya empapando de la vida nocturna en una clínica». Y yo estaba convencido en ese entonces, como lo estoy ahora, de que el «arte» de la medicina no se aprende en los libros sino en la práctica diaria.

Corría el año de 1986 y yo me encontraba en el sexto semestre de Medicina. Mi tutor, de quien no mencionaré su nombre era apodado por sus compañeros como «Padre-mío». Aunque no era un hombre de vastos conocimientos en cuanto a medicina interna o a farmacología, era un excelente médico en el área de la traumatología, y la ortopedia. Nunca lo vi amilanarse ante un paciente que presentara las heridas más espeluznantes, y siempre lo vi actuar acertadamente con aplomo y seguridad para proporcionar la ayuda inicial aun cuando, muchos médicos compañeros suyos, incluso especialistas en las diferentes ramas de la medicina, palidecían y titubeaban.

Del doctor Padre-mío aprendí a reducir luxaciones y fracturas mucho antes de que llegara al semestre de ortopedia, aprendí a hacer muchos procedimientos que en la actualidad son prerrogativa de médicos especialistas. También aprendí que existen casos que parecen urgencias vitales y que muchas veces son manifestaciones somáticas de personas con dificultades familiares, sociales o económicas y que reaccionan ante éstas con síntomas similares a los de enfermedades graves. Y aprendí sobre todo a hacer frente a las situaciones más angustiantes con inteligencia y cabeza fría.

Recuerdo en especial una noche en que las consultas estaban particularmente disminuidas. Un turno calmado, pensaba para mis adentros, cuando escuchamos todos una algarabía que provenía de la entrada a urgencias. Todos los médicos y enfermeras nos asomamos con curiosidad y vimos un grupo conformado por unas ocho o diez personas. Todos muchachos jóvenes que traían a uno de los suyos en brazos. Algunos de ellos tenían armas en las manos. Unos pocos tenían revólveres y pistolas de manufactura casera. Otros, (la mayoría) puñales y cuchillos. Al ver el conjunto se podía intuir rápidamente a qué se dedicaban. Todos de aspecto agresivo, profiriendo palabras soeces, el cabello cortado a ras con una melena larga que colgaba en la nuca. Usaban camisillas de colores chillones, jeans desteñidos y tenis de colores vistosos. Era la usanza de los sicarios empleados por los mafiosos. Recordemos que en ese entonces el narcotráfico estaba en todo su apogeo y pululaban grupos de estos en toda la ciudad.

Lo primero que imaginamos era que uno de ellos venía herido, quizás de algún «trabajito» fallido. Ante el grito de «sálvenlo, sálvenlo», Padre-mío tomó la delantera y se acercó a ellos.

—Cálmense muchachos. A ver, qué es lo que le pasa al compañero suyo.

—Mire, hijueputa. Usted tiene que salvarlo —contestó uno de ellos mientras los otros no se cansaban de repetir—. ¡Sálvenlo!... ¡sálvenlo!... tiene un ataque... ¡tiene un ataque al corazón!... ¡Sálvenlo!

Instintivamente tornamos a mirar al supuesto herido. Tenía ambas manos crispadas sobre el corazón. Con una mueca histriónica y con los ojos saltones parecía más un payaso representando una obra teatral que un verdadero enfermo. Respiraba rápidamente y movía sus ojos y su cuello de un lado para el otro como presa de un delirio paranoide, muy propio de quienes consumen estupefacientes. Aunque las manos permanecían rígidas sobre el pecho, con sus pies pateaba a todos los que se encontraban cerca, incluso a aquellos que lo traían cargado.

Muchos de los médicos de más experiencia fueron abandonando el sitio y yo ya le iba a preguntar a mi tutor si aquello era una crisis conversiva (estado de ansiedad) cuando otro de ellos colocando su «changón» en la cara de Padre-mío le increpó:

—Vea «parce». Si usté no lo salva, usté se muere.

Las enfermeras gritaron y corrieron, los médicos desaparecieron antes que ellas, como por arte de magia, y sólo quedamos allí el doctor «padre-mío» y yo. En aras de la verdad, tengo que admitir que lo mío no fue un acto de valentía. Fue que al girar y correr choqué con la camilla metálica que se tenía a la entrada, y caí al suelo.

Ya me preguntaba qué se sentiría cuando una bala entrara en mi cabeza, cuando unos gritos me sacaron de mi ensimismamiento. Era Padre-mío que, con un aplomo digno de cualquier soldado ateniense, me decía que le ayudara a subir al paciente a la camilla, en tanto que les decía a los agresivos acudientes:

—Vean muchachos. Este amigo suyo está muy grave. Vamos a ver si lo podemos salvar, pero no podemos asegurarles nada. Mientras que le hacemos la resucitación, necesito que todos ustedes vayan a buscar a los familiares del joven ya que necesitamos treinta y siete donantes de sangre que sean familiares. Sirven primos y hermanos. Mientras tanto, el doctor —refiriéndose a mí —y yo, vamos a llevarlo a practicarle una cirugía muy delicada.

Ante la insistencia de algunos de ellos de no dejarlo solo, el doctor les dijo que a él le servía más que fueran a conseguir «todo ese montón de gente». Como era de esperar, la mayoría salieron corriendo de lugar, no sin antes asegurarnos que nos matarían si no lo salvábamos. Unos pocos quedaron en la entrada para asegurarse de que no escaparíamos y «por si al “dóctor” —con tilde en la primera sílaba— se le ocurría otra cosa que se necesitara».

Como pudimos entramos la camilla con el «enfermo» que continuaba pateando, brincando y contorneándose, como presa de alucinaciones, y nos dirigimos a la sala número cuatro, no sin antes asegurarnos de que ningún acompañante nos seguía. A medida que pasábamos por el corredor, se iban abriendo las puertas y se asomaban las cabezas de una que otra enfermera y algún médico curioso que quería saber qué había pasado con nosotros.

Padre-mío los tranquilizaba diciéndoles que todo estaba bajo control, que era una simple crisis conversiva. Yo, sin embargo, sufría al pensar qué ocurriría conmigo si el doctor estuviera equivocado y el paciente falleciera. No quería ni imaginarme lo que haría esa turba enardecida.

Al llegar a la sala me extrañó que el doctor arrinconó la camilla contra la pared y con toda la calma del mundo se sentó en su escritorio a seguir escribiendo la historia clínica del paciente anterior. Yo, asustado, miraba al paciente que cada cinco o seis segundos lanzaba un grito o un suspiro y adoptaba otra mueca diferente para permanecer así hasta el siguiente suspiro.

Bastante preocupado y con la voz temblando le pregunté al profesor si le íbamos a colocar algo o a hacerle algún tratamiento, a lo que él respondió que no. Que lo dejaríamos ahí hasta que decidiera levantarse por sus propios medios. Y añadió: Ese paciente no tiene nada.

Palabras funestas. Inmediatamente vi como el paciente se tornaba rígido, brotaba sus ojos y dejaba de respirar.

—¡Doctor! – grité, mientras comenzaba a revisar sus pupilas y sus reflejos los cuales eran normales. Su presión arterial y su pulso eran del todo adecuados.

El doctor Padre-mío alzó la mirada hacia el paciente, lo observó unos pocos segundos y levantando sus hombros como restándole importancia me respondió:

—No le parés bolas a eso. Ese muchacho no tiene nada. Ahora verás que vuelve a respirar.

Palabras proféticas. A los pocos segundos me sobresaltó una bocanada de aire que tomó con avidez como si hubiera estado sumergido en una piscina por mucho tiempo. Una sola bocanada y volvió a quedarse rígido.

Por mi cabeza pasaron los criterios para el diagnóstico del trastorno de conversión que aparecían en el DSM III (en ese entonces) y que establecía las bases para hacer el susodicho diagnóstico psiquiátrico anteriormente llamado «crisis histérica».

Repasaba mentalmente los criterios y cada vez me convencía de lo acertado del diagnóstico, cuando en esas entró el doctor Vélez, y, con el volumen de la voz un tanto alto para lo pequeño del consultorio, preguntó a Padre-mío:

—¿Qué vamos a hacer, pues, con este hombre?

—No te preocupés —respondió Padre-mío hablando todavía más fuerte—, ahorita lo bajamos a la morgue y lo dejamos allá. Cuando ya esté muerto, le sacamos los órganos, para los trasplantes.

Al escuchar semejante cosa retrocedí varios pasos, pues supuse que el presunto enfermo saltaría como loco de su camilla.

Nada. Permanecía con aquella mueca, los ojos igual de abiertos, y las manos crispadas sobre el pecho. Ni un parpadeo, ni un ápice de movimiento. Parecía una estatua de cera.

El doctor Vélez sonriendo maliciosamente se acercó a la camilla mientras decía: «listo, ¿qué estamos esperando?» Cogió el borde de aquella, y la zarandeó con un movimiento corto, pero brusco. Ello fue suficiente para resucitar al paciente.

En milésimas de segundo la supuesta víctima del ataque al corazón corría por los corredores, tambaleándose quizá por la «traba» y tal vez por el desespero. Chocaba con camillas y muros por igual, mientras gritaba a todo pulmón:

—¡Médicos hijueputas!, con razón en esta clínica dejan morir a los pacientes. ¡Hijueputaaas!, ¡malparidooos!...

Instintivamente torné a mirar a Padre-mío, quien ya corría por el corredor contrario rumbo a la sala de espera. Sin más dilaciones, me precipité detrás para saber qué era lo que ocurría y alcancé a llegar justo cuando Padre-mío explicaba a los compañeros de nuestro paciente (de los que quedaban, unos seis o siete) los pormenores de la atención.

—Muchachos, ese compañero suyo estaba más grave de lo que pensé. Si se hubieran demorado más en traerlo no sé qué hubiera pasado. Aquí llegó muy mal. Prácticamente llegó muerto. Tuvimos que darle masaje cardiaco y respiración boca a boca, pero nada, no reaccionaba...

Un murmullo de desconsuelo corrió por la sala.

—Le pusimos adrenalina, pero… ¡nada! Incluso tuvimos que desfibrilarlo, esas cosas que les ponen en el pecho a los pacientes y les ponen corriente, pero ¡nada! Este muchacho no nos respondía. Finalmente —seguía improvisando, Padre-mío, ante los atónitos acompañantes—, tuvimos que utilizar una droga nueva que está en experimentación. Es lo último que ha salido, pero aún no es ciento por ciento segura. Con eso logramos salvarle la vida, pero tiene un problema: el amigo suyo puede quedar con alucinaciones de por vida. No se asusten si de pronto le da por ver dinosaurios que se lo quieren comer, o si le da por creer que unos marcianos se lo quieren llevar...

En eso, un estruendo nos sobresaltó. La puerta de doble ala se abrió de par en par de una patada. Nuestro paciente, pálido como un papel, sudoroso, con una mirada fulminante y con el brazo extendido señalando con el índice a mi profesor gritó una verdad contundente:

—Ese médico hijueputa me quería matar para sacarme los órganos.

—¡Ay, Dios! —dijo Padre-mío con los ojos entornados al cielo cual beato en oración—, ¡ya empezaron las alucinaciones!

Todo sucedió rápido. El «resucitado» se abalanzó hacia sus compañeros tratando desesperadamente de arrebatarles algún arma con la cual atacarnos gritando en medio de su «delirio».

—¡Prestáme el fierro!, ¡prestáme el fierro, que yo tengo que matar a este hijueputa!

Los compañeros trataban de calmarlo:

—Tranquilo mijo, tranquilo mijo, que eso es una alucinación.

—Sí —decía otro—, usté estaba muy grave y el “dóctor” lo salvó.

—Sí, quedáte tranquilo, que vos debés reposar.

—Pobrecito —decía Padre-mío—, esas alucinaciones como son de horribles —y miraba a nuestro paciente con ternura angelical.

—¡Qué alucinaciones, ni que hijeputas!... este H.P. me iba a meter a la morgue y me iba a sacar los órganos. Me quería matar. ¡Prestame el fierro! —y forcejeaba para tratar de alcanzar alguna de las armas de sus compañeros.

Varios amigos lo cogieron de los brazos mientras él luchaba desesperadamente por liberarse.

—Doctor, ¿y esas alucinaciones duran mucho? —preguntó uno de ellos que hasta el momento me había parecido el más calmado.

—Pues no sé, gordo — respondió Padre-mío con aire de desconsuelo—, eso es impredecible. Pueden durar pocos días o quedar para toda la vida.

—Les digo que me quería matar. ¡Créanme! —gritaba el pobre paciente.

—¿Saben que es lo que más me preocupa, muchachos? —dijo Padre-mío captando la atención de todos nosotros. (De todos menos de la víctima claro está, que luchaba por liberarse y hacerse con un arma)— Que este pobre muchacho en una de esas alucinaciones le dé por hacerme algo... y con todo lo que luché para que no se muriera.

—Tranquilo, mi doc, no se preocupe—, dijeron casi a coro todos los acompañantes —No se preocupe que, mientras que Milton tenga esas alucinaciones no vamos a dejar que «huela» ningún arma. Nosotros se lo prometemos.

—Sí, doctor, no se preocupe, que usted salvó a nuestro compañero y a usted lo vamos a cuidar.

Y como si todo estuviera finiquitado, salieron de la sala de urgencias hacia la oscuridad de la noche, felices de haber recuperado a su amigo, a su compañero del alma que fue robado de las garras de la muerte y traído nuevamente al reino de los vivos.

Fin

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Aprovecho para invitarlos al lanzamiento del libro el próximo 15 de febrero de 2024 en la sala mi barrio del Parque biblioteca de Belén. 


miércoles, 7 de febrero de 2024

Eso es puro cuento volumen 4

Hoy queremos invitarlos al lanzamiento del volumen 4 de la colección Eso es puro cuento, antología de cuentos seleccionados por la Editorial Libros Para Pensar. (que por cierto, hoy 7 de febrero cumple su 7 aniversario)


Para mi es un verdadero honor participar en esta nueva Antología. Por un lado contamos con escritores de gran esperiencia, Luis Fernando Macías, Memo Anjel, Emilio Restrepo, entre otros,  y a su vez tenemos la fortuna de tener nuevas letras en este volumen. 

Siento también el orgullo de que varios autores que participan en este libro hacen parte del Taller Crea-Acción literaria.  Además, es un libro que incluye escritores de varias regiones y países. Juzguen ustedes. 

Autores:

  • Adriana Janet Zapata Sánchez (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Carlos Alberto Velásquez Córdoba (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Cruzana Amparo Echeverri (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Danny Arlen de Jesús Gómez Ramírez (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Emilio Alberto Restrepo Baena (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Enrique Posada Restrepo (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Gabriel Eligio Torres García (Cartagena de Indias, Bolívar – Colombia)
  • Iraidy Gisell Martínez Domínguez (Cuba)
  • Iveth Hernández Rodríguez (Barranquilla – Atlántico, Colombia)
  • Juan Andrés Alzate Peláez (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Julio César Gaviria Muñoz (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Libia María Ortiz Tejada (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Luis Fernando Macías (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Luz Eugenia Restrepo Soto (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Manuel Cantero Capilla (Granada – España)
  • María Victoria Saldarriaga Henao (Medellín, Antioquia – Colombia)
  • Mario de Jesús Restrepo Botero (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Memo Ánjel (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Silvia Montoya Echeverri (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Sonia Emilse García (Envigado – Antioquia, Colombia)

Editor: Édver Augusto Delgado Verano

Los invitamos a adquirir este libro y a disfrutar de sus historias. 


ISBN 978-628-95903-6-4

Eso es... puro cuento. Antología. Vol. 4.

Editorial:Editorial Libros para Pensar s.a.s
Materia:808543 - Narración de cuentos
Clasificación Thema::FBA - Ficción moderna y contemporánea: general y literaria 
FYB - Cuentos, Historias cortas
Público objetivo:General / adultos
Disponibilidad:Disponible
Estatus en catálogo:Próxima aparición
Publicado:2023-12-24
Número de edición:1
Número de páginas:354
Tamaño:14x21cm.
Precio:$50.000
Encuadernación:Tapa blanda o bolsillo
Soporte:Impreso
Idioma:Español 



miércoles, 31 de enero de 2024

Lección de anatomía (cuento de Carlos Alberto Velásquez Córdoba)

Este cuento lo escribí hace mucho tiempo (por alla en 1987) y fue publicado por primera vez en mi libro La Monja Sin Cabeza y otros cuentos. 

Hace poco la Editorial Libros Para Pensar me ofreció participar en una excelente antología y quise compartir este cuento que sé que será del agrado de muchos.

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LECCIÓN DE ANATOMÍA


Carlos Alberto Velásquez Córdoba


Esa noche la tranquilidad usual se veía perturbada por unos gritos que salían un pequeño cubículo.

—¡Auxilio!, ¡me tienen secuestrado...! ¡Auxilio, me tienen secuestrado...!

Los alaridos del doctor Lema llenaban todos los recintos de la unidad de cuidados intensivos.

A sus setenta y cinco años, el doctor Lema era toda una leyenda: médico, cirujano vascular, había sido el pionero de muchas cirugías en el país. Profesor de profesores en reconocidas universidades. Cuando dejó de ejercer, continuó dictando conferencias y asesorando a los nuevos especialistas. Era conocido por todos los médicos y enfermeras de la ciudad y su nombre había llegado hasta países lejanos.

Hacía tan solo una semana que en un examen rutinario se le encontraron unas coronarias afectadas y una lesión de una válvula cardiaca por lo que, obedeciendo a las recomendaciones de los más prestigiosos cardiólogos y cirujanos (muchos de ellos exalumnos suyos), se sometió a una cirugía cardiaca.

El procedimiento consistía en extraer de su pierna unos fragmentos de una vena: la vena safena interna, y, luego de abrir completamente el tórax, colocarla a manera de puente en su corazón de forma que la sangre pudiera pasar hasta el músculo cardiaco obviando la obstrucción de las arterias coronarias que estaban taponadas. Además, debía extraerse una de las válvulas cardiacas y ser cambiada por una prótesis artificial que hacía las veces de ésta.

El paciente había sido llevado a la sala de cirugía conversando animadamente con el anestesiólogo y el cirujano cardiovascular encargado del procedimiento y riendo con las enfermeras, mientras contaba sus anécdotas de cuando era estudiante. El procedimiento quirúrgico fue un éxito. Ahora en su posoperatorio, reposaba en la unidad de cuidados intensivos.

—¡Auxilio, me tienen secuestrado…! ¡Por favor, que alguien me ayude...! ¡Me tienen secuestrado...!

El doctor Saldarriaga, médico encargado del turno nocturno en la unidad, se acercó por enésima vez al paciente.

—Cálmese, doctor Lema. Usted no está secuestrado. Se encuentra en la unidad de cuidados intensivos. Le hicimos una cirugía de corazón. Tranquilícese, por favor.

El procedimiento de revascularización miocárdica (también llamado bypass coronario) era realizado de forma rutinaria en la institución. El cambio de la válvula aórtica también era un procedimiento bastante frecuente. El doctor Saldarriaga sabía que algunos pacientes, luego de la cirugía, ingresaban a la unidad de cuidados intensivos en un estado de desorientación y agitación que dificultaba su manejo posterior. Como había aprendido el médico, en los cuatro años que llevaba haciendo turnos en la unidad, los pacientes que eran sometidos a dicha cirugía tenían que ser conectados a una máquina de circulación extracorpórea. La sangre del paciente era extraída hacia dicha máquina que se encargaba de oxigenar y bombear la sangre a todo el cuerpo mientras el corazón estaba siendo abierto y manipulado por los cirujanos. La perfusionista manipulaba algunos parámetros con el fin de tener control casi absoluto de los valores sanguíneos. En estas cirugías era necesario bajar la temperatura corporal y requerían de un anestesiólogo altamente capacitado para mantener vivo al paciente mientras su corazón era parado por completo. Por más que se tuviera cuidado con la oxigenación de la sangre, el pH, el bicarbonato, el sodio, el potasio, el ácido láctico, etc., a veces pequeñas alteraciones casi imperceptibles, hacían que un paciente saliera confuso y desorientado luego del procedimiento. A mediados de los años noventa, cuando ocurrió esta historia, la desorientación de un paciente durante el postquirúrgico era un evento relativamente frecuente.

—¡Que alguien me ayude...! ¡Libérenme...! ¡Por Dios, que alguien me ayude...!

Algunas enfermeras comentaban entre ellas:

—Pobrecito. ¿Qué estará pasando por su cabeza?

—Sí, mija, esa traba debe ser muy horrible.

—¿Se imaginan uno creyendo que está secuestrado y no poder ni moverse?

Efectivamente, al principio parecía que el doctor Lema estaba teniendo una pesadilla. Luego de despertar de la anestesia comenzó a decir palabras incoherentes. Poco a poco empezó a tratar de levantarse con el ánimo de irse a su casa.

—Oiga, ¿dónde está mi ropa? Tengo que ir para la casa.

—No, doctor, usted no se puede ir —respondía Liliana, la enfermera que lo cuidaba—. A usted le acaban de hacer una cirugía de corazón y debe guardar reposo.

—Qué reposo, ni que hijuep… ¿dónde está mi ropa?

—No, doctor… la ropa la tiene su familia… usted está en cuidados intensivos y tiene puesta una bata… ¡Quédese quieto que se va a lastimar! Vea que se le va a salir la sonda.

El paciente en medio de su delirio intentó levantarse y forcejeó con la enfermera que trataba de ayudarlo. No reconocía el sitio donde tantas veces había atendido pacientes. En su cabeza sólo tenía un propósito: irse a su casa.

Finalmente, Liliana, con la ayuda de otras cuatro auxiliares de enfermería lograron acostarlo y tuvieron que amarrar sus manos y pies a las barandas de la cama dado el peligro de que en cualquier movimiento se arrancara la sonda de la uretra, o lo que era peor, alguna de las sondas colocadas en el tórax. El último paciente que se había arrancado una sonda mediastinal había tenido que ser llevado nuevamente a cirugía urgente, y pudo haber muerto por un taponamiento cardiaco de no ser por la reintervención. Ninguna enfermera quería eso para el paciente.

El doctor Saldarriaga ya había ordenado aplicar un sedante, pero la acción de dicho medicamento podía tardar unos minutos.

—Gracias a Dios está el doctor Saldarriaga de turno —decía una de ellas.

—Sí, él tiene mucha paciencia con esos que se ponen loquitos.

—Y como es de buen médico…

—Y muy acertado…

—Y muy responsable…

Las enfermeras comentaban entre sí las bondades de que el turno fuera con el doctor Saldarriaga, mientras sus tímpanos eran acribillados por los gritos de angustia del doctor Lema.

—¡Auxilio!, ¡me tienen secuestrado!...

Haciendo gala de toda su paciencia, el médico de planta trataba de hacer entrar en razón al pobre paciente que era presa de las peores alucinaciones, mientras actuaba el sedante administrado.

—Tranquilícese, doctor, usted fue operado del corazón y está en la unidad de cuidados intensivos.

—Ve, ¿y quién sos vos?

Por un momento, el médico creyó ver en su paciente un destello de lucidez.

—Soy el doctor Saldarriaga. Yo estoy a cargo de usted, esta noche, y lo voy a cuidar.

—Entonces, ¿vos sos médico?

—Sí, señor.

—¡Ahh!, entonces, si vos sos médico me podés soltar.

—No, doctor. Está amarrado para que no se quite las sondas. Cuando esté más calmado lo desatamos.

—¡Ahh!, pero entonces, si vos sos médico, me podés responder una cosa...

—Sí, doctor, dígame.

—¿Cómo se llama la principal arteria que sale del corazón?

Esa pregunta la sabría contestar un estudiante de bachillerato, pero para el doctor Saldarriaga fue un alivio escuchar la pregunta. Podría demostrarle al paciente que no estaba secuestrado y que estaba en manos de personal médico capacitado.

—Muy fácil, doctor, la aorta.

—Ve… ¿y cómo se llama la primera parte de la aorta?

—Sencillo, la aorta ascendente.

—¿Y qué nombre tiene cuando hace la curva?

—Muy fácil, el cayado de la aorta.

—Perfecto. ¿Y cuándo baja?

—Pues se llama aorta descendente. En el tórax se llama aorta torácica y en el abdomen se llama aorta abdominal. ¿Ya está más tranquilo?

—Sigamos… ¿cómo se llaman las arterias en que se divide la aorta?

—Pues se llaman ilíacas comunes, derecha e izquierda —en este punto, el doctor Saldarriaga recordó que los profesores más antiguos enseñaban que la aorta se dividía en ilíacas primitivas. Los más modernos les decían ilíacas comunes— arterias ilíacas primitivas.

—Y esas ilíacas… ¿en qué se dividen antes de llegar a la ingle?

—Se dividen en ilíacas internas e ilíacas externas.

El doctor Lema no daba su brazo a torcer.

—A ver, entonces si vos sos médico tenés que saber cómo se llama la arteria iliaca externa cuando atraviesa el ligamento inguinal.

—Claro, doctor Lema, se llama arteria femoral.

—¿Y luego?

El profesional pisaba un terreno muy liso. Si equivocaba alguna respuesta podría perder completamente la confianza de su paciente. Hasta ahora, todo había marchado bien.

—La arteria femoral da una rama profunda que irriga el muslo y se llama la arteria femoral profunda. La arteria femoral superficial continúa hacia abajo y se mete por el canal de Hunter para dar las ramas poplíteas.

—Vas bien —respondió el Dr. Lema con una sonrisa—, ¿y luego, qué arterias llegan a la pierna?

El doctor Saldarriaga sonreía olfateando la victoria. Ya tenía ganada la confianza del paciente.

—Las principales arterias que llegan a la pierna son la arteria tibial anterior y la tibial posterior. ¡Ah!, y también está la arteria peronea.

—¡Muy bien, muy bien! —si no fuera por las amarras el doctor Lema hubiera aplaudido de júbilo— ahora decime una cosa, ¿cómo se llama la arteria que pulsa sobre el dorso del pie?

—Esa pregunta está fácil doctor. Es la arteria pedia.

El doctor Lema sonrió completamente, y al doctor Saldarriaga le pareció que el paciente hacia un amago de darle un abrazo. No lo hizo porque aún estaba con las muñecas atadas a las barandas de la camilla. A pesar de que el doctor Saldarriaga siempre había sido una persona modesta, esta vez sacaba pecho delante del grupo de enfermeras que se habían aglomerado a la entrada del cubículo 7 de cuidados intensivos, escuchando la lección de anatomía. Ellas también estaban orgullosas de la calidad de médico que hacía turno con ellas esa noche.

Sin más dilaciones el paciente le hizo señas con la cabeza al doctor Saldarriaga para que se agachara. Al parecer le quería decir algo al oído. Cuando el médico se inclinó sobre la cama para escuchar lo que el paciente quería decirle alcanzo a oír:

—¡Oís, hijueputa! A vos si te tocó estudiar mucho para poder tenerme secuestrado.

Y nuevamente mirando a las enfermeras que estaban a la entrada de su habitación comenzó a gritar:

—¡Auxilio…!, ¡me tienen secuestrado…! ¡Qué alguien me ayude…! ¡me tienen secuestrado…!

Fin

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Aprovecho para invitarlos al lanzamiento del libro el próximo 15 de febrero de 2024 en la sala mi barrio del Parque biblioteca de Belén. 




miércoles, 24 de enero de 2024

Ventura. Microcuento de Guillermo Bustamante.

Esta semana, un microcuento del escritor colombiano  Guillermo Bustamante



Ventura

Un día fue a ver a la mujer para la que las cartas, dispuestas con cierto rigor y sometidas al azar de su develamiento, eran como un libro abierto.

—¿Cuánto viviré?

—Tienes una larga vida —informó la pitonisa.

—¿Cuánto? —insistió.

—Hasta los 90.

“¡Me quedan 60 años de vida!”, pensó. Pero sus ganas de creer eran tan fuertes como su deseo de demostración. Entonces subió al edificio más alto, para retar esa sabiduría en la que la mitad de su convicción se afincaba, y se lanzó del último piso.

Tardó 60 años en caer.



(Tomado de Segunda antología del cuento corto colombiano. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 2007)

miércoles, 17 de enero de 2024

Entrevista a Reinaldo Spitaletta

Muchos de los que llega a este blog buscan consejos y recomendaciones para ser escritores. 

A continuación compartimos una amena entrevista hecha por Pao Restrepo "La monita" al escritor y periodista Reinaldo Spitaletta.  Espero la disfruten. 



miércoles, 10 de enero de 2024

Microrelato, minicuento, y cosas parecidas.

Un microrrelato (también, microcuento) es un texto breve en prosa, de naturaleza narrativa y ficcional que, usando un lenguaje preciso y conciso, se sirve de la elipsis para contar una historia sorprendente a un lector activo.​ 

Los términos microcuento, cuento brevísimo, microrrelato y minicuento son las denominaciones dadas para un conjunto de obras diversas cuya principal característica es la brevedad de su contenido.​ 

Se carateriza por: 

  • Extensión breve
  • Por lo general no describe lugares, personajes.
  • Se fundamentan en hechos o acciones (o consecuencias)
  • Tienen un marcado uso de figuras literarias. 
  • Se apoyan en la intertextualidad (lo que no se dice pero el lector conoce)
  • Tienen un desenlace sorpresivo y semi oculto (no directo)
  • Implican la participación del lector. 
  • El título, en ocasiones, hace parte de la  historia.  


Miremos algunas definiciones:  


"... un tipo de relato extremadamente breve. Se diferencia del cuento en que carece de acción, de personajes delineados y, en consecuencia, de momento culminante de tensión (...) No se ajusta a las formas breves de la narración tradicional como la leyenda, el ejemplo, la anécdota. 

Como juego ingenioso de lenguaje, se aproxima al aforismo, al epigrama y a la greguería. Posee el tono del monólogo interior, de la reveladora anotación de diario, de la voz introspectiva que se pierde en el vacío y que, al mismo tiempo, parece querer reclamar la permanencia de la fábula, la alegoría, el apólogo. El desenlace de este relato es generalmente una frase ambivalente o paradójica, que produce una revelación momentánea de esencias.

Por este motivo, pudiera decirse que participa del lirismo del poema en prosa, pero carece de su vaguedad ensoñadora. Se acerca más bien a la circularidad y autosuficiencia del soneto. Porque trata de esencias, participa también de la naturaleza del ensayo. Se distingue de éste, sin embargo, porque algún detalle narrativo lo descubre como ficción".

Dolores Koch,(1986)

 

“un texto narrativo con sentido completo, en el que se cuentan una o más acciones, en un espacio no mayor de veinticinco renglones, contentivo cada renglón de no más de sesenta caracteres, esto es, una cuartilla”.       

Armando José Sequera (1990) 


"... su mínima pero difícil composición, que exige inventiva, ingenio, impecable oficio prosístico y, esencialmente, impostergable concentración e inflexible economía verbal, como señala José de la Colina,  para los que él llama `cuentos rápidos'. La minificción no puede ser poema en prosa, viñeta, estampa, anécdota, ocurrencia o chiste. Tiene que ser ni más ni menos eso: minificción. Y en ella lo que vale o funciona es el incidente a contar. El personaje, repetidamente notorio, es aditamento sujeto la historia, o su pretexto. Aquí la acción es la que debe imperar sobre lo demás". 

Edmundo Valadés (1990) 



A continuación replicamos algunos ejemplos de microcuento.  

TABU
El ángel de la guarda le susurra a Fabián, por detrás del hombro:
-¡Cuidado, Fabián! Está dispuesto que mueras en cuanto pronuncies la palabra zangolotino.
-¿Zangolotino? -pregunta Fabián azorado.
Y muere.
Enrique Anderson-Imbert.
(Las pruebas del caos)

OPUS 8
Júrenos que si despierta, no se la va a llevar -pedía de rodillas uno de losenanitos al príncipe, mientras éste contemplaba el hermoso cuerpo en el sarcófago de cristal-. Mire que, desde que se durmió, no tenemos quien nos lave la ropa, nos la planche, nos limpie la casa y nos cocine.
Armando José Sequera.
(Escena de un Spaguetti Western)

ALAS
Yo ejercía entonces la medicina en Humahuaca. Un tarde me trajeron un niño descalabrado; se había caído por el precipicio de un cerro. Cuando para revisarlo le quité el poncho vi dos alas. Las examiné: estaban sanas. Apenas el niño pudo hablar le pregunté:
-¿Por qué no volaste, m'hijo, al sentirte caer? 
-¿Volar? -me dijo- ¿Volar,  para que la gente se ría de mí?
Enrique Anderson-Imbert
(El grimorio)

Leer otros microcuentos: