Taller de Creación Literaria de la Editorial Libros para Pensar

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Taller Crea-Acción Literaria de la Editorial Libros para Pensar

miércoles, 28 de febrero de 2024

Nueva novela de Angela Ramírez: 18 fotos.

Hace algunas semanas la escritora Angela María Ramirez Gil estuvo invitada a nuestro taller de Crea-Acción literaria.  Allí nos compartió un texto publicado en su libro TOC TOC, y nos contó de su nueva obra, una novela titulada 18 FOTOS. 

18 FOTOS  es una interesante novela corta que trata de una mujer joven a la que su padre le deja de herencia una vieja cámara de fotografias. Ella descubre que tiene un rollo adentro en el cual hay 18 fotografìas sin revelar. Pero también que tiene otras 18 por tomar.


Miremos el texto de la contraportada:

No todas las herencias son mansiones, empresas o cuentas bancarias, hay algunas más humildes, incluso podemos heredar animales, deudas, responsabilidades y hasta enfermedades. A Paula su padre le heredó una cámara y un rollo fotográfico a medias. Quedan dieciocho fotos por tomar, hay 18 imágenes desconocidas. Tiene que aprovechar una promoción le quedan pocas horas para revelar el pasado o para descubrir su presente.




En la novela "18 FOTOS" de Ángela María Ramírez, nos sumergimos en una historia íntima y conmovedora ambientada en la ciudad de Medellín, Colombia, en la época actual. La trama sigue los pasos de una auxiliar de enfermería cuya vida se ve marcada por una relación distante y conflictiva con su padre, quien la abandonó junto a su madre, víctima de cáncer.

La protagonista se encuentra en posesión de una cámara fotográfica heredada de su padre, la cual guarda en su interior un rollo sin revelar que contiene dieciocho fotos sin acabar. Impulsada por una promoción, decide aventurarse a capturar esas imágenes faltantes y revelar el rollo; desencadenando así un viaje emocional que abarca solo un día, pero que nos permite adentrarnos en su pasado a través de flashbacks reveladores.

La historia se desenvuelve principalmente en el pintoresco barrio de Buenos Aires, ubicado junto a la estación del tranvía, donde la protagonista reside y trabaja en un centro médico. A medida que avanza en su misión de completar las 18 fotos, se ve obligada a confrontar sus propios demonios internos y a enfrentarse a los recuerdos dolorosos que ha estado evitando.

"18 FOTOS" es una novela que destaca por su narrativa sencilla pero profunda, sin adornos innecesarios. Ángela María Ramírez logra transmitir con maestría la complejidad de las relaciones familiares, el proceso de sanación emocional y la búsqueda de identidad personal a través de una trama cautivadora y honesta.

Este es el séptimo libro que sale bajo el “sello de AMR. escritoras

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Título de la obra: 18 FOTOS
Autor: Ángela María Ramírez
Género: Novela corta
Páginas: 132
Año de publicación: 2024

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AMR Escritoras es un proyecto de escritura que une dos generaciones, la madre, Angela María Ramírez, y la hija, Abril Mejía Ramírez, en la pasión por la narrativa. Angela se adentra en novelas y cuentos, explorando las peculiaridades de la vida cotidiana y las excentricidades que definen a los personajes, presentándolos como comunes pero únicos, camuflados en la multitud. Su última novela, "La Corredora", desafía la realidad al seguir la vida de una joven artista que afirma volar por las noches y salvar vidas en la Antípoda, abordando sinestesias, rarezas y las luchas internas mientras navega por el complejo laberinto de la depresión y la transición a la adultez. Además, "Toc, Toc, ¿Quién Soy?" es un libro de cuentos que explora las particularidades psiquiátricas de sus personajes, desde marcadas hasta sutiles, incluso adentrándose en lo macabro.


Por otro lado, Abril, ha publicado dos libros y ha sido ganadora de varios concursos de cuento. Su creatividad se materializa en su novela juvenil "Los 10 Elementos", en proceso de edición.

AMR Escritoras tiene como objetivo proporcionar una plataforma para la publicación y difusión de aquellos que deseen explorar temáticas distintas y fuera de lo convencional, fomentando la diversidad y la originalidad en la narrativa. Juntos, buscan crecer y consolidarse como una oportunidad diferente en el mundo literario.

En los últimos años han salido siete los libros bajo el nombre de AMR escritoras, “nos estamos preparando para mejorar nuestros textos y apoyar a otras que se inician en el camino de las letras y que, por muchas circunstancias, entre ellas las económicas, están publicando sin ningún tipo de edición. Esperamos transmitir nuestros conocimientos y lograr que tanto nuestros libros como los de ellas se conviertan en un producto de calidad literaria y visual digno de ser distribuido y leído en cualquier parte”.


AMR OBRAS

Ángela María Ramírez
  • Isolda/ Novela juvenil
  • Hojas amarillas/ Libro de poesía
  • La corredora/ Novela Juvenil
  • Toc, toc. ¿quién soy? / Libro de cuentos
  • La Campanella/ cuento/ Veinte y una narradoras, palabras rodantes
  • Escalas del sexto/ cuento Líneas cruzadas editorial Hilo de plata
Abril Mejía Ramírez
  • Casiopea, la bruja de las letras. /ganadora del 1er puesto Pedrito Botero
  • Francia rosa/ ganador concurso nacional de cuento Ministerio de educación
  • Los duendes/ ganador del Concurso Nacional bibliotecas EPM
  • Alitas de cobre / Cuento
  • Papá Noel tiene diabetes/ Cuento

Redes:

Instagram: AMR.escritoras
AMR.escritoras@gmail.com

WhatsApp 3122377247

miércoles, 21 de febrero de 2024

Lanzamiento del libro ESO ES PURO CUENTO Vol 4

El pasado 15 de febrero se hizo el lanzamiento del libro Eso es puro cuento, volumen 4,  editado por Libros para Pensar. 



El evento tuvo una asistencia de mas de 90 personas, que acompañaron a los 20 autores. 

La presentacion estuvo a cargo de Juan Andres Alzate (autor y editor), el maestro Javier Echeverri (quien hizo el prologo) y Carlos Alberto Velasquez, autor y coordinador de los talleres de Crea-Accion literaria de la editorial. 

El inicio estuvo amenizado por Jesus xxx quien nos deleitó con dos canciones (Vive, y A mis amigos)

Durante el evento se plantearon ciertas preguntas: 

¿Vale la pena contar historias?

¿Que valor tiene una antología? 

¿Será el libro reemplazado por otro formato algún día?

¿Qué pasa con la tradición de narración oral en los tiempos modernos?


A continuación les compartimos la grabación del evento. 



 Agradecemos también al parque biblioteca de Belén por habernos cedido este espacio. 









miércoles, 14 de febrero de 2024

Cuento La droga salvadora. Carlos Alberto Velasquez C

Este cuento lo escribí hace mucho tiempo (por alla en 1987) y fue publicado por primera vez en mi libro La Monja Sin Cabeza y otros cuentos. 

Hace poco la Editorial Libros Para Pensar me ofreció participar en una excelente antología y quise compartir este cuento que sé que será del agrado de muchos.

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LA DROGA SALVADORA


Carlos Alberto Velásquez Córdoba


Todos mis compañeros decían que yo era un «lambón». Que sólo me quedaba a hacer turnos en la noche con el fin de que mis profesores me pusieran una mejor calificación que los demás. Claro que eso estaba entre mis planes, aunque muy en el fondo. ¿A quién no le gustaba sacar una nota destacada al final del semestre? Pero lo que me interesaba era aprovechar al máximo la rotación por el servicio de urgencias del Instituto de los Seguros Sociales. Aunque no era obligatorio hacerlo, el coordinador de prácticas había hecho la sutil «sugerencia» de hacer algunos turnos nocturnos en el servicio «para que el futuro médico se vaya empapando de la vida nocturna en una clínica». Y yo estaba convencido en ese entonces, como lo estoy ahora, de que el «arte» de la medicina no se aprende en los libros sino en la práctica diaria.

Corría el año de 1986 y yo me encontraba en el sexto semestre de Medicina. Mi tutor, de quien no mencionaré su nombre era apodado por sus compañeros como «Padre-mío». Aunque no era un hombre de vastos conocimientos en cuanto a medicina interna o a farmacología, era un excelente médico en el área de la traumatología, y la ortopedia. Nunca lo vi amilanarse ante un paciente que presentara las heridas más espeluznantes, y siempre lo vi actuar acertadamente con aplomo y seguridad para proporcionar la ayuda inicial aun cuando, muchos médicos compañeros suyos, incluso especialistas en las diferentes ramas de la medicina, palidecían y titubeaban.

Del doctor Padre-mío aprendí a reducir luxaciones y fracturas mucho antes de que llegara al semestre de ortopedia, aprendí a hacer muchos procedimientos que en la actualidad son prerrogativa de médicos especialistas. También aprendí que existen casos que parecen urgencias vitales y que muchas veces son manifestaciones somáticas de personas con dificultades familiares, sociales o económicas y que reaccionan ante éstas con síntomas similares a los de enfermedades graves. Y aprendí sobre todo a hacer frente a las situaciones más angustiantes con inteligencia y cabeza fría.

Recuerdo en especial una noche en que las consultas estaban particularmente disminuidas. Un turno calmado, pensaba para mis adentros, cuando escuchamos todos una algarabía que provenía de la entrada a urgencias. Todos los médicos y enfermeras nos asomamos con curiosidad y vimos un grupo conformado por unas ocho o diez personas. Todos muchachos jóvenes que traían a uno de los suyos en brazos. Algunos de ellos tenían armas en las manos. Unos pocos tenían revólveres y pistolas de manufactura casera. Otros, (la mayoría) puñales y cuchillos. Al ver el conjunto se podía intuir rápidamente a qué se dedicaban. Todos de aspecto agresivo, profiriendo palabras soeces, el cabello cortado a ras con una melena larga que colgaba en la nuca. Usaban camisillas de colores chillones, jeans desteñidos y tenis de colores vistosos. Era la usanza de los sicarios empleados por los mafiosos. Recordemos que en ese entonces el narcotráfico estaba en todo su apogeo y pululaban grupos de estos en toda la ciudad.

Lo primero que imaginamos era que uno de ellos venía herido, quizás de algún «trabajito» fallido. Ante el grito de «sálvenlo, sálvenlo», Padre-mío tomó la delantera y se acercó a ellos.

—Cálmense muchachos. A ver, qué es lo que le pasa al compañero suyo.

—Mire, hijueputa. Usted tiene que salvarlo —contestó uno de ellos mientras los otros no se cansaban de repetir—. ¡Sálvenlo!... ¡sálvenlo!... tiene un ataque... ¡tiene un ataque al corazón!... ¡Sálvenlo!

Instintivamente tornamos a mirar al supuesto herido. Tenía ambas manos crispadas sobre el corazón. Con una mueca histriónica y con los ojos saltones parecía más un payaso representando una obra teatral que un verdadero enfermo. Respiraba rápidamente y movía sus ojos y su cuello de un lado para el otro como presa de un delirio paranoide, muy propio de quienes consumen estupefacientes. Aunque las manos permanecían rígidas sobre el pecho, con sus pies pateaba a todos los que se encontraban cerca, incluso a aquellos que lo traían cargado.

Muchos de los médicos de más experiencia fueron abandonando el sitio y yo ya le iba a preguntar a mi tutor si aquello era una crisis conversiva (estado de ansiedad) cuando otro de ellos colocando su «changón» en la cara de Padre-mío le increpó:

—Vea «parce». Si usté no lo salva, usté se muere.

Las enfermeras gritaron y corrieron, los médicos desaparecieron antes que ellas, como por arte de magia, y sólo quedamos allí el doctor «padre-mío» y yo. En aras de la verdad, tengo que admitir que lo mío no fue un acto de valentía. Fue que al girar y correr choqué con la camilla metálica que se tenía a la entrada, y caí al suelo.

Ya me preguntaba qué se sentiría cuando una bala entrara en mi cabeza, cuando unos gritos me sacaron de mi ensimismamiento. Era Padre-mío que, con un aplomo digno de cualquier soldado ateniense, me decía que le ayudara a subir al paciente a la camilla, en tanto que les decía a los agresivos acudientes:

—Vean muchachos. Este amigo suyo está muy grave. Vamos a ver si lo podemos salvar, pero no podemos asegurarles nada. Mientras que le hacemos la resucitación, necesito que todos ustedes vayan a buscar a los familiares del joven ya que necesitamos treinta y siete donantes de sangre que sean familiares. Sirven primos y hermanos. Mientras tanto, el doctor —refiriéndose a mí —y yo, vamos a llevarlo a practicarle una cirugía muy delicada.

Ante la insistencia de algunos de ellos de no dejarlo solo, el doctor les dijo que a él le servía más que fueran a conseguir «todo ese montón de gente». Como era de esperar, la mayoría salieron corriendo de lugar, no sin antes asegurarnos que nos matarían si no lo salvábamos. Unos pocos quedaron en la entrada para asegurarse de que no escaparíamos y «por si al “dóctor” —con tilde en la primera sílaba— se le ocurría otra cosa que se necesitara».

Como pudimos entramos la camilla con el «enfermo» que continuaba pateando, brincando y contorneándose, como presa de alucinaciones, y nos dirigimos a la sala número cuatro, no sin antes asegurarnos de que ningún acompañante nos seguía. A medida que pasábamos por el corredor, se iban abriendo las puertas y se asomaban las cabezas de una que otra enfermera y algún médico curioso que quería saber qué había pasado con nosotros.

Padre-mío los tranquilizaba diciéndoles que todo estaba bajo control, que era una simple crisis conversiva. Yo, sin embargo, sufría al pensar qué ocurriría conmigo si el doctor estuviera equivocado y el paciente falleciera. No quería ni imaginarme lo que haría esa turba enardecida.

Al llegar a la sala me extrañó que el doctor arrinconó la camilla contra la pared y con toda la calma del mundo se sentó en su escritorio a seguir escribiendo la historia clínica del paciente anterior. Yo, asustado, miraba al paciente que cada cinco o seis segundos lanzaba un grito o un suspiro y adoptaba otra mueca diferente para permanecer así hasta el siguiente suspiro.

Bastante preocupado y con la voz temblando le pregunté al profesor si le íbamos a colocar algo o a hacerle algún tratamiento, a lo que él respondió que no. Que lo dejaríamos ahí hasta que decidiera levantarse por sus propios medios. Y añadió: Ese paciente no tiene nada.

Palabras funestas. Inmediatamente vi como el paciente se tornaba rígido, brotaba sus ojos y dejaba de respirar.

—¡Doctor! – grité, mientras comenzaba a revisar sus pupilas y sus reflejos los cuales eran normales. Su presión arterial y su pulso eran del todo adecuados.

El doctor Padre-mío alzó la mirada hacia el paciente, lo observó unos pocos segundos y levantando sus hombros como restándole importancia me respondió:

—No le parés bolas a eso. Ese muchacho no tiene nada. Ahora verás que vuelve a respirar.

Palabras proféticas. A los pocos segundos me sobresaltó una bocanada de aire que tomó con avidez como si hubiera estado sumergido en una piscina por mucho tiempo. Una sola bocanada y volvió a quedarse rígido.

Por mi cabeza pasaron los criterios para el diagnóstico del trastorno de conversión que aparecían en el DSM III (en ese entonces) y que establecía las bases para hacer el susodicho diagnóstico psiquiátrico anteriormente llamado «crisis histérica».

Repasaba mentalmente los criterios y cada vez me convencía de lo acertado del diagnóstico, cuando en esas entró el doctor Vélez, y, con el volumen de la voz un tanto alto para lo pequeño del consultorio, preguntó a Padre-mío:

—¿Qué vamos a hacer, pues, con este hombre?

—No te preocupés —respondió Padre-mío hablando todavía más fuerte—, ahorita lo bajamos a la morgue y lo dejamos allá. Cuando ya esté muerto, le sacamos los órganos, para los trasplantes.

Al escuchar semejante cosa retrocedí varios pasos, pues supuse que el presunto enfermo saltaría como loco de su camilla.

Nada. Permanecía con aquella mueca, los ojos igual de abiertos, y las manos crispadas sobre el pecho. Ni un parpadeo, ni un ápice de movimiento. Parecía una estatua de cera.

El doctor Vélez sonriendo maliciosamente se acercó a la camilla mientras decía: «listo, ¿qué estamos esperando?» Cogió el borde de aquella, y la zarandeó con un movimiento corto, pero brusco. Ello fue suficiente para resucitar al paciente.

En milésimas de segundo la supuesta víctima del ataque al corazón corría por los corredores, tambaleándose quizá por la «traba» y tal vez por el desespero. Chocaba con camillas y muros por igual, mientras gritaba a todo pulmón:

—¡Médicos hijueputas!, con razón en esta clínica dejan morir a los pacientes. ¡Hijueputaaas!, ¡malparidooos!...

Instintivamente torné a mirar a Padre-mío, quien ya corría por el corredor contrario rumbo a la sala de espera. Sin más dilaciones, me precipité detrás para saber qué era lo que ocurría y alcancé a llegar justo cuando Padre-mío explicaba a los compañeros de nuestro paciente (de los que quedaban, unos seis o siete) los pormenores de la atención.

—Muchachos, ese compañero suyo estaba más grave de lo que pensé. Si se hubieran demorado más en traerlo no sé qué hubiera pasado. Aquí llegó muy mal. Prácticamente llegó muerto. Tuvimos que darle masaje cardiaco y respiración boca a boca, pero nada, no reaccionaba...

Un murmullo de desconsuelo corrió por la sala.

—Le pusimos adrenalina, pero… ¡nada! Incluso tuvimos que desfibrilarlo, esas cosas que les ponen en el pecho a los pacientes y les ponen corriente, pero ¡nada! Este muchacho no nos respondía. Finalmente —seguía improvisando, Padre-mío, ante los atónitos acompañantes—, tuvimos que utilizar una droga nueva que está en experimentación. Es lo último que ha salido, pero aún no es ciento por ciento segura. Con eso logramos salvarle la vida, pero tiene un problema: el amigo suyo puede quedar con alucinaciones de por vida. No se asusten si de pronto le da por ver dinosaurios que se lo quieren comer, o si le da por creer que unos marcianos se lo quieren llevar...

En eso, un estruendo nos sobresaltó. La puerta de doble ala se abrió de par en par de una patada. Nuestro paciente, pálido como un papel, sudoroso, con una mirada fulminante y con el brazo extendido señalando con el índice a mi profesor gritó una verdad contundente:

—Ese médico hijueputa me quería matar para sacarme los órganos.

—¡Ay, Dios! —dijo Padre-mío con los ojos entornados al cielo cual beato en oración—, ¡ya empezaron las alucinaciones!

Todo sucedió rápido. El «resucitado» se abalanzó hacia sus compañeros tratando desesperadamente de arrebatarles algún arma con la cual atacarnos gritando en medio de su «delirio».

—¡Prestáme el fierro!, ¡prestáme el fierro, que yo tengo que matar a este hijueputa!

Los compañeros trataban de calmarlo:

—Tranquilo mijo, tranquilo mijo, que eso es una alucinación.

—Sí —decía otro—, usté estaba muy grave y el “dóctor” lo salvó.

—Sí, quedáte tranquilo, que vos debés reposar.

—Pobrecito —decía Padre-mío—, esas alucinaciones como son de horribles —y miraba a nuestro paciente con ternura angelical.

—¡Qué alucinaciones, ni que hijeputas!... este H.P. me iba a meter a la morgue y me iba a sacar los órganos. Me quería matar. ¡Prestame el fierro! —y forcejeaba para tratar de alcanzar alguna de las armas de sus compañeros.

Varios amigos lo cogieron de los brazos mientras él luchaba desesperadamente por liberarse.

—Doctor, ¿y esas alucinaciones duran mucho? —preguntó uno de ellos que hasta el momento me había parecido el más calmado.

—Pues no sé, gordo — respondió Padre-mío con aire de desconsuelo—, eso es impredecible. Pueden durar pocos días o quedar para toda la vida.

—Les digo que me quería matar. ¡Créanme! —gritaba el pobre paciente.

—¿Saben que es lo que más me preocupa, muchachos? —dijo Padre-mío captando la atención de todos nosotros. (De todos menos de la víctima claro está, que luchaba por liberarse y hacerse con un arma)— Que este pobre muchacho en una de esas alucinaciones le dé por hacerme algo... y con todo lo que luché para que no se muriera.

—Tranquilo, mi doc, no se preocupe—, dijeron casi a coro todos los acompañantes —No se preocupe que, mientras que Milton tenga esas alucinaciones no vamos a dejar que «huela» ningún arma. Nosotros se lo prometemos.

—Sí, doctor, no se preocupe, que usted salvó a nuestro compañero y a usted lo vamos a cuidar.

Y como si todo estuviera finiquitado, salieron de la sala de urgencias hacia la oscuridad de la noche, felices de haber recuperado a su amigo, a su compañero del alma que fue robado de las garras de la muerte y traído nuevamente al reino de los vivos.

Fin

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Aprovecho para invitarlos al lanzamiento del libro el próximo 15 de febrero de 2024 en la sala mi barrio del Parque biblioteca de Belén. 


miércoles, 7 de febrero de 2024

Eso es puro cuento volumen 4

Hoy queremos invitarlos al lanzamiento del volumen 4 de la colección Eso es puro cuento, antología de cuentos seleccionados por la Editorial Libros Para Pensar. (que por cierto, hoy 7 de febrero cumple su 7 aniversario)


Para mi es un verdadero honor participar en esta nueva Antología. Por un lado contamos con escritores de gran esperiencia, Luis Fernando Macías, Memo Anjel, Emilio Restrepo, entre otros,  y a su vez tenemos la fortuna de tener nuevas letras en este volumen. 

Siento también el orgullo de que varios autores que participan en este libro hacen parte del Taller Crea-Acción literaria.  Además, es un libro que incluye escritores de varias regiones y países. Juzguen ustedes. 

Autores:

  • Adriana Janet Zapata Sánchez (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Carlos Alberto Velásquez Córdoba (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Cruzana Amparo Echeverri (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Danny Arlen de Jesús Gómez Ramírez (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Emilio Alberto Restrepo Baena (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Enrique Posada Restrepo (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Gabriel Eligio Torres García (Cartagena de Indias, Bolívar – Colombia)
  • Iraidy Gisell Martínez Domínguez (Cuba)
  • Iveth Hernández Rodríguez (Barranquilla – Atlántico, Colombia)
  • Juan Andrés Alzate Peláez (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Julio César Gaviria Muñoz (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Libia María Ortiz Tejada (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Luis Fernando Macías (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Luz Eugenia Restrepo Soto (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Manuel Cantero Capilla (Granada – España)
  • María Victoria Saldarriaga Henao (Medellín, Antioquia – Colombia)
  • Mario de Jesús Restrepo Botero (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Memo Ánjel (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Silvia Montoya Echeverri (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Sonia Emilse García (Envigado – Antioquia, Colombia)

Editor: Édver Augusto Delgado Verano

Los invitamos a adquirir este libro y a disfrutar de sus historias. 


ISBN 978-628-95903-6-4

Eso es... puro cuento. Antología. Vol. 4.

Editorial:Editorial Libros para Pensar s.a.s
Materia:808543 - Narración de cuentos
Clasificación Thema::FBA - Ficción moderna y contemporánea: general y literaria 
FYB - Cuentos, Historias cortas
Público objetivo:General / adultos
Disponibilidad:Disponible
Estatus en catálogo:Próxima aparición
Publicado:2023-12-24
Número de edición:1
Número de páginas:354
Tamaño:14x21cm.
Precio:$50.000
Encuadernación:Tapa blanda o bolsillo
Soporte:Impreso
Idioma:Español