Taller de Creación Literaria de la Editorial Libros para Pensar

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miércoles, 1 de mayo de 2024

La danza de las palabras: Libia María Ortíz Tejada

El siguiente texto fue presentado en el Taller de Crea-Acción literaria por la escritora Libia Ortiz. Un texto bellísimo que nos pone a reflexionar sobre la importancia de la lectura y la escritura.



LA DANZA DE LAS PALABRAS

Libia María Ortiz Tejada.

La lectura y la escritura, dos actividades exclusivamente humanas; son parte de nuestra historia desde tiempos inmemoriales: Puertas que se abren hacia mundos nuevos, experiencias inexploradas y conocimiento infinito. Ambas ofrecen un placer inigualable, una danza de palabras que nos transporta a lugares lejanos y nos permite vivir vidas que nunca imaginamos. Sin embargo, detrás de este placer se esconde una serie de desafíos que enfrentamos en nuestro viaje hacia la comprensión y la expresión.

El placer de la lectura es indiscutible. Sumergirse en las páginas de un buen libro es como adentrarse en un universo paralelo donde el tiempo se detiene y solo existe la historia que se despliega ante nuestros ojos. Cada palabra es una nota en la sinfonía de la imaginación, cada página un lienzo en blanco sobre el cual se dibujan paisajes y personajes que cobran vida. La lectura nos permite experimentar emociones intensas, reír, llorar, enamorarnos y reflexionar, todo dentro del espacio seguro que proporcionan la intimidad de la obra. Es un placer solitario pero compartido, ya que los lectores encontramos nuestra propia conexión con la historia y, al mismo tiempo, nos unimos a una comunidad de mentes ávidas de conocimiento y aventura.

Sin embargo, este placer no está exento de desafíos. La barrera del acceso a la educación y a los libros puede ser insuperable para muchos, privándolos del placer transformador que la lectura puede ofrecer. La falta de tiempo en un mundo cada vez más acelerado puede dificultar la dedicación necesaria para sumergirnos verdaderamente en esta experiencia. La atención dividida entre dispositivos electrónicos, redes sociales y responsabilidades cotidianas puede restarle importancia como actividad central en nuestras vidas y, la sobreabundancia de información puede llevarnos a la superficialidad, privándonos de la oportunidad de explorar textos de manera profunda y significativa.

Por otro lado, la escritura también ofrece un placer único y transformador. Es el acto de dar forma a nuestros pensamientos, emociones y experiencias a través de las palabras, creando un puente entre nuestro mundo interno y el exterior. Es un proceso de descubrimiento y autoexpresión que nos permite reflexionar sobre nuestras vidas, explorar las pasiones y compartir las ideas con el mundo. Escribir nos empodera, nos da voz y nos conecta con otros seres humanos a nivel emocional e intelectual.

No obstante, la escritura conlleva sus propios retos. La autoexigencia y el perfeccionamiento pueden convertirse en obstáculos que nos impiden comenzar o terminar un texto. El miedo al juicio y a la crítica puede paralizarnos, haciendo que dudemos de la valía de nuestras palabras y nos censuremos. Así mismo, la falta de práctica y de retroalimentación constructiva puede dificultar el desarrollo de las habilidades como escritores, dejándonos atrapados en un ciclo de insatisfacción y estancamiento.

Ciertamente, la lectura y la escritura son actividades que nos brindan un placer incomparable, abriendo puertas hacia la imaginación, la reflexión, la conexión con los demás y el mundo que nos rodea. Sin embargo, no podemos ignorar los desafíos que enfrentamos en nuestro camino hacia el disfrute pleno de estas, siendo necesario reconocer y abordar estas dificultades para que podamos experimentar el placer transformador que nos ofrecen. Solo entonces, podremos seguir danzando entre las palabras, explorando nuevos mundos y descubriendo el poder de nuestras propias historias.

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Libia María Ortiz Tejada:

Licenciada en Didáctica y dificultad del aprendizaje escolar de la Fundación Universitaria CEIPA, Magister en Educación de la Universidad de La Sabana. Investigadora de los elementos comunes en los diarios de campo de las estudiantes de pedagogía infantil y coinvestigadora en los procesos de la educación hospitalaria.
Se desempeñó como docente en diferentes niveles y ha trabajado en la formación de profesores a nivel nacional con la implementación del modelo CIDEP, promovido por el Ministerio de Educación Nacional y la Universidad de La Sabana; asesora pedagógica en jardines infantiles de la Secretaría de Integración Social de la ciudad de Bogotá, y directora de jardines en la primera infancia en el sector privado.

La experiencia de enseñar la llevó a un doble rol, el de ser orgullosamente maestra de los niños y formadores de los niños en los niveles de preescolar, y el de ser aprendiz y cómplice de proyectos maravillosos cargados de fantasía, donde por principio de vida, respetó el ritmo de aprendizaje de quienes quieren aprender.
El gusto por los cuentos lo tomó desde niña, cuando a través de la radio escuchaba programas para niños en los cuales las descripciones de personajes y situaciones eran tan vívidas que llevaban al oyente a mundos asombrosos.
De su padre recuerda escucharlo contando las aventuras de él y sus amigos mientras cazaban; relatos que acompañaba muy bien con gestos y sonidos que la llevaban a vivir las emociones que sentían. Estas experiencias descriptivas de personajes y situaciones se reflejan hoy en los cuentos que le gusta narrar o escribir.
Participa como oyente y escritora del taller Crea-Acción Literaria dirigido por el médico y escritor Carlos Alberto Velásquez, de la Editorial Libros para Pensar, el cual disfruta y le permite saldar la deuda que aún tiene con la lectura de clásicos y otros más.

miércoles, 15 de noviembre de 2023

El principal error al escribir un diálogo

El principal error al escribir un diálogo

Carlos Alberto Velásquez C


Esta semana quiero hablarles de un error muy frecuente en literatura, y del que me declaro culpable. Tardé muchos años en descubrirlo y por eso quiero compartirlo.  

En los textos de escritores novatos, y aun en los consagrados, es frecuente encontrar diálogos mal construidos porque suelen escribir lo que el lector debe saber y no lo que los personajes deben decir.

En un diálogo real una persona muchas veces calla lo que piensa, ya sea porque es prudente hacerlo, o porque lo que ha de decir ya es conocido por la otra persona con la que conversa. Aún más: después de una discusión es común descubrir que quedaron muchas cosas por decirse, porque la dinámica de una conversación no siempre transcurre como se planea. Con frecuencia una persona quiere decir algo y la conversación toma otro rumbo y se queda sin expresarlo.

Es inverosímil, por ejemplo, que una pareja de ancianos con cincuenta años de casados se siente en el balcón de su casa a describirse mutuamente cómo estaban vestidos en el día de su matrimonio, cómo era el carro en que fueron de la iglesia hasta su casa, y se relaten en un diálogo los pormenores de su luna de miel, ¡como si el otro no lo supiera!

Puede que el escritor quiera que el lector se entere de cómo fue su matrimonio y su luna de miel, pero no suena verosímil que la pareja converse relatándose mutuamente los hechos que ambos vivieron, en un diálogo que es completamente innecesario. Esas conversaciones no se dan en la vida real. Si el autor quiere que el lector se entere de lo que ocurrió hace cincuenta años, debe buscar otra estrategia. 

Suena artificiosa una conversación donde los personajes tienen que hablar de un tema con el único propósito de informar al lector, cuando en la vida real, la conversación sería mucho más fluida y sin tanto detalle irrelevante para los que dialogan.

Un buen diálogo literario no debe decir lo que los personajes recuerdan o piensan (con intención de ilustrar al lector), sino lo que los personajes conversarían si fueran reales. Y hay que recordar un axioma fundamental: Un diálogo verdadero no dice todo lo que el personaje piensa o sabe. Dice lo que el personaje necesita decir en el contexto de una conversación. 

Hace poco leí un libro de cuentos de una escritora de vasta experiencia. Había un relato en el que a una mujer le roban un carro. La víctima llegaba a un taller en busca de su mecánico de confianza, pero encontraba cerrado el local. De repente, un hombre la aborda apuntándole con un arma, y le dice que se baje del auto. 

La mujer en cuestión le responde:

—Por qué me vas a quitar el carro, lo conseguí con mi trabajo, lo necesito para visitar a los clientes y conseguir las pautas de publicidad... Me va a quitar lo que he conseguido con mi esfuerzo, está bien, lléveselo, pero déjeme sacar unos candelabros y una chaqueta que no son míos, están en la maleta.

¿En un atraco real una mujer narraría al asaltante el uso cotidiano que le da al vehículo? ¿le contaría que el carro fue conseguido con el dinero resultante de su trabajo? ¿le confiaría que el carro que pretenden robarle lo usa para visitar clientes y conseguir pautas publicitarias?

Alguien podría argumentar que conoce un caso verídico de alguien que no solo lo pensó, sino que tuvo todo el tiempo de decirlo en medio de un atraco, y que tuvo la fortuna de tener un atracador que muy amablemente escuchó la explicación completa sin impacientarse (de todo se ve). 

Pero en literatura, se trata de construir un texto sea creíble. Y lo verídico y lo verosímil no siempre van de la mano. 

Cuando en una historia literaria hay algo que el lector debe conocer, el escritor debe encontrar la mejor forma de hacérselo saber. No siempre es el personaje quien debe proveer esa información. A veces es necesario que el narrador cuente lo que el personaje no expresaría en una conversación real.  

El principal error al escribir un diálogo es hacer que los personajes digan algo que nunca dirían, con el único propósito de informar al lector. 

En otras palabras:  

En un diálogo literario un personaje no dice lo que el lector necesita saber, sino lo que el personaje necesita decir. 

Hasta la próxima semana. 

miércoles, 6 de septiembre de 2023

Escribir poesia: Piedad Bonet

Esta semana traigo un ensayo de Piedad Bonnett sobre la poesía. 



ESCRIBIR POESÍA

Hoy creo poder concluir que escogí la escritura, inconscientemente, como una forma de automedicación. Ante la dificultad, la impotencia o la experiencia del sinsentido, unos se embeben en el trabajo, otros se dejan arrastrar por la superficie de las aguas, y otros más rezan y se encomiendan a la divinidad, o simplemente huyen… Yo escribo. Leo y escribo.

En principio, esta doble actividad tiene mucho que ver con la búsqueda del placer. Leer y escribir son para mí formas de la felicidad. Pero, a largo plazo -y como los efectos terapéuticos de la escritura, aunque no buscados, son evidentes- son también la forma en que tramito mis desavenencias con el mundo y conmigo misma, que mitigo los naturales dolores de estar viva y que sano un cuerpo que necesita de la palabra escrita. Y por eso, tal vez, es que me rindo a la escritura cada vez que me llama: porque nace en mí de eso que la filosofía llama “necesidad”: lo que no puede no ser.

Pero la escritura es también, en segunda instancia, la forma en que interrogo la realidad o la interpreto, y en la que manifiesto mi asombro frente al misterio y la belleza del mundo. De modo que en la raíz del proceso creador reconozco un impulso que une la necesidad, la emoción y la razón. Y es de ese juego de factores, variable, que no busca equilibrios, que, a mi modo de ver, nace la literatura.

He dicho en otras partes que la escritura no puede desligarse del tiempo: del subjetivo, que fluye en el yo que escribe, y del histórico, el que nos condiciona a un aquí y un ahora frente al cual no hay apelación posible. Entre esos dos tiempos, además, es imposible fijar un límite; más bien habría que decir que el primero vive, aunque siempre de manera particular, dentro del segundo. Es por eso que no puede hablarse de una poética definitiva, sino de una que va mutando de acuerdo a nuestra experiencia vital y a nuestra interrelación con el momento que vivimos. Es imposible, pienso, que la poética del escritor de veinte años sea idéntica a la de él mismo en la madurez o en la vejez: porque ese hombre ha ido siendo labrado por el tiempo, que en su caso está habitado, entre otras cosas, por múltiples lecturas y por una búsqueda perpetua, la de su propia escritura. Incluso diría, arriesgándome, que toda poética se enuncia en el filo que une el presente y el futuro, pues cada vez que surge un proyecto en la mente del escritor trae aparejada la intención de renovar las formas ya experimentadas, pues escribir implica siempre aventura y riesgo.



Se puede, pues, enunciar una poética a posteriori, casi que como balance de lo ya hecho, o desde un presente de la escritura en marcha, que es apenas intento, ensayo, propuesta. Yo trataré de hablar desde el presente, pero recogiendo todo lo que del pasado pervive en mi poética de hoy, y trataré de que esta quepa –más como límite que yo misma me impongo– dentro de los límites de un decálogo.

1. Creo en la poesía que comunica. Pero no significa esto que su lenguaje deba ser directo, ni claro, ni necesariamente portador de ideas. Ni que un sentido diáfano se imponga después de la lectura del poema. Ni que el poeta condescienda con el lector, y sólo le ofrezca lo sencillo. Pero sí que este sienta que el poema lo acoge, aunque sea de forma oscura. No me interesan ni los hermetismos deliberados, ni, en sentido contrario, lo que nada sugiere, lo que no tiene pliegues. No es por la vía de la razón sino de la intuición del lenguaje como entramos al poema, y una emoción que nos exalta debería quedar en nosotros después de leerlo y un margen de oscuridad que en vez de alejarnos sea una invitación a volver a él.

2. Creo en la música como un valor supremo de la poesía, pero, como propone Elliot, en una música que provenga del habla. Y en que los ritmos nacen de las necesidades del poema, le dan su forma, y traducen una música interior y única.

3. Creo que la imagen es consustancial a la poesía, pero que debe ser humilde como quería Borges. Detesto todo lo que en ella suene a pirotecnia o a mero exhibicionismo. Le temo a los excesos verbales y mi poesía se ha sentido siempre muy lejos del barroco, aunque muchos barrocos me sigan seduciendo. Y aun amando la imagen, creo que hay gran poesía que prescinde de ella.

4. Creo que todas las palabras de una lengua pueden estar en un poema, y que no hay unas que sean más poéticas que otras. Aun así, la conciencia que el escritor tiene de su lengua y de su tradición literaria, lo llevan a saber cuáles han sido manoseadas o ya no tienen alientos. Antes que relegarlas, creo que el poeta debe insuflarles una segunda vida.

5. Creo que la poesía debe ser libre, que nada puede constreñirla. La poesía, no acepta servidumbres ni amos: no reverencia ni la moda, ni la crítica, ni se deja dominar por las ideologías. El poeta escribe desde sus más profundas necesidades, y trabaja haciendo que la lengua se rebele contra todo lo que la oprime.

6. Creo que toda poesía se debe a su tiempo y por tanto no puede permitirse el anacronismo. Tácitamente dialoga con toda la poesía de su momento, y expresamente jalona la lengua para llevarla a lugares no explorados.

7. Creo que toda poesía nace del conocimiento de una tradición, pero que su deber es renovarla. Me interesa trabajar en ese límite, y que en el poema haya huella de otros —puesto que la originalidad total no existe— pero también un sesgo que la haga única.

8. Creo en la honestidad como un valor del poeta. En que nada en el poema sea impostado ni complaciente.

9. Creo en que toda poesía que esté a la altura de su tiempo es necesariamente política.

10. Creo que nada de lo dicho anteriormente es verdad absoluta. Que es mi credo hoy, pero que nada es para siempre.

Piedad Bonnett.
Ensayo del libro Poética de los poetas ( 2014).

miércoles, 23 de agosto de 2023

Charla sobre creatividad.

Hace unos días la Editorial Libros para pensar me invitó a dar una charla sobre creatividad con motivo de la publicación de la segunda edición de dos de mis libros: Amelia y otros cuentos y Fuga de ideas.  

La charla no solo estuvo enfocada a la literatura sino a la creatividad. 

La creatividad está inmersa en todas las actividades humanas. Hay creatividad en la música, en la literatura, en la arquitectura, en la danza, el teatro o la pintura.  Pero también hay creatividad en el que busca la forma de promocionar un producto o hacer crecer su negocio. Hay creatividad en los avances de la medicina, en el campesino que orienta sus eras para aprovechar mejor el agua o que recicla sus desechos para hacer abono. Hay creatividad en la persona que cada día piensa en qué les preparará de cena a su familia. 


En ella se hablará de lo que es creatividad, de cuáles son sus fuentes, de la forma como funciona el pensamiento creativo y de cómo fortalecerlo. Veremos algunos ejemplos muy interesantes al respecto. 


Espero les guste


miércoles, 14 de junio de 2023

James Bond y la corrección política

Este artículo es extraído de la columna Patente de Corzo, del genial Arturo Perez-Reverte, a quien concedo todos los créditos: 


Bond, James Bond

Puestos a imaginar, imaginen que estás en casa dándole a la tecla, y llega la visita. Buenos días, caballero —ahora todos somos caballeros—, venimos a ver si le interesa escribir el guión de la nueva película de Bond, James Bond. Y le vamos a pagar una pasta. Así que, interesado en lo de la pasta, los haces pasar, les sirves un café y te sientas a discutir los términos del asunto. La verdad es que me apetece, dices, pues siempre me gustó mucho, tanto en las novelas como en las películas, ese toque de chulería masculina, marca de la casa y del personaje, que tan bien encarnaron Sean Connery —mi favorito— y Pierce Brosnan, incluso Daniel Craig en Casino Royale, pero que parece perderse en las más recientes películas. Porque en la última, con el oso de peluche y las lágrimas y tal, al amigo Bond se le ve un poquito moñas.

Es lo que dices, más o menos. Y en ese punto te mosquea que tus visitantes hayan cambiado una mirada de inquietud. Bueno —dice uno—, en realidad de lo que se trata es precisamente de eso. De adaptar a 007 a los tiempos que corren. Hacerlo más de ahora, más natural. Más trendy. Al escucharlo, desconcertado, alzas un dedo objetor. Disculpen, dices, pero lo natural es que Bond sea un asesino, un mujeriego y un hijo de puta con ático, piscina y balcones a la calle, como lo concibió su autor. Un tipo peligroso y duro, y eso es lo que en él buscan sus seguidores, entre los que me cuento desde hace sesenta años. ¿Me explico?

Temo haberme explicado demasiado bien, pues mis interlocutores se sobresaltan al unísono. Creo, apunta uno —son dos, paritarios, hombre y mujer—, que no capta el fondo de la cuestión. Se trata de desmontar a James Bond y hacerlo más asequible. ¿A quién?, pregunto. Y la señora, o como se diga ahora, responde que al público actual. A las nuevas exigencias. ¿Por ejemplo?, inquiero de nuevo. A la destrucción de los clichés heteropatriarcales, es la respuesta. Pero resulta que James Bond es así, respondo. Ian Fleming, su autor, lo concibió como un cliché heteropatriarcal con pistola y ciruelo siempre en activo. Es Cero Cero Siete, rediós. Si no, sería otro: 003, 010 o 091. ¿Por qué en vez de manipularlo no se inventan otro agente secreto y dejan a ése en paz, tal como a sus lectores y espectadores nos gusta que sea?

Imposible, responde el varón del binomio. El famoso 007 es lo que la gente pide. A eso respondo que James Bond es famoso justo por ser lo que es. Pero la sociedad actual —replica la otra— reclama nuevos enfoques: odres nuevos para vinos viejos. Pero eso ni es vino ni es nada, opongo; es un producto aguado e insípido, un fraude y una traición al personaje. Pero la pava hace como que no me oye. Incluso, prosigue impertérrita, queremos que el nuevo James Bond, en la próxima película, deje de vestir smoking y otras prendas clasistas, abandone su afición al juego y los casinos —su perniciosa ludopatía, precisa el acompañante—, se desplace en vehículo eléctrico no contaminante, tenga inquietudes ecológicas y deje de matar y practicar el sexo.

Levanto una mano adversativa. A ver, digo. Explíquenme eso. ¿Cómo que deje de matar y practicar el sexo? Estamos hablando de Bond, James Bond. Matar a la gente es su actividad profesional pública y picar el billete a señoras estupendas es su actividad personal privada. Es que lo de matar —señala mi interlocutor varón— es un acto reprobable que degrada al personaje. Y lo de las señoras estupendas, añade, término que consideramos machista y misógino, tampoco es aconsejable. Queremos que el sexo desaparezca del personaje, por las connotaciones de agresión que su práctica implica. Y que el concepto general sea de género fluido, ni carne ni pescado, ni vela ni vapor. Algo transversal, confirma la otra: transpuesto, transitivo, translatorio, transatlántico. Algo, lo que sea, que lleve el prefijo trans. Eso es lo deseable, aunque no excluimos la ilusionante posibilidad de una James Bond mujer: una Cera Cera Sieta. O un hombre elegetebeí, se apresura a apostillar el otro al ver la cara que pongo. Y a ser posible, apunta su prójima, afroamericano de color. O afroamericana.

Me los quedo mirando diez segundos mientras digiero aquello. ¿O sea —respondo cuando recobro el habla—, un James Bond de personalidad fluida, negro, pacifista, ecologista, gay, vestido por Ágatha Ruiz de la Prada y que se desplaza en patinete? Mis interlocutores se miran. Es una forma de resumirlo muy desagradable, dice uno. Incluso fascista, añade la otra mientras se levantan. Nos decepciona usted, señor Reverte. Igual resulta que no es la persona adecuada.

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Publicado el 24 de marzo de 2023 en XL Semanal.

miércoles, 7 de junio de 2023

El camino de las palabras profundas

Hace poco propuse a mis compañeros del Taller de Crea-acción Literaria un ejercicio:  buscar la palabra de nuestro idioma que fuera la más bella, la más sonora o la que mayor significado tendría. para ellos y escribir un texto relacionado con ella. Y es que, ¿cuántos de nosotros hemos pensado en la magia de las palabras?

A continuación, les traigo un texto de Axel Grijelmo sobre ello. 


El camino de las palabras profundas



Nada podrá medir el poder que oculta una palabra. Contaremos sus letras, el tamaño que ocupa en un papel, los fonemas que articulamos con cada sílaba, su ritmo, tal vez averigüemos su edad; sin embargo, el espacio verdadero de las palabras, el que contiene su capacidad de seducción, se desarrolla en los lugares más espirituales, etéreos y livianos del ser humano. Las palabras arraigan en la inteligencia y crecen con ella, pero traen antes la semilla de una herencia cultural que trasciende al individuo. Viven, pues, también en los sentimientos, forman parte del alma y duermen en la memoria. Y a veces despiertan, y se muestran entonces con más vigor, porque surgen con la fuerza de los recuerdos descansados. Son las palabras los embriones de las ideas, el germen del pensamiento, la estructura de las razones, pero su contenido excede la definición oficial y simple de los diccionarios. En ellos se nos presentan exactas, milimétricas, científicas…

Y en esas relaciones frías y alfabéticas no está el interior de cada palabra, sino solamente su pórtico. Nada podrá medir el espacio que ocupa una palabra en nuestra historia. Al adentrarnos en cada vocablo vemos un campo extenso en el que, sin saberlo, habremos de notar el olor del que se impregnó en cuantas ocasiones fue pronunciado. Llevan algunas palabras su propio sambenito colgante, aquel escapulario que hacía vestir la Inquisición a los reconciliados mientras purgasen sus faltas; y con él nos llega el almagre peyorativo de muchos términos, incluida esa misma expresión que el propio san Benito detestaría. Tienen otras palabras, por el contrario, un aroma radiante, y lo percibimos aun cuando designen realidades tristes, porque habrán adquirido entonces la capacidad de perfumar cuanto tocan. Se les habrán adherido todos los usos meliorativos que su historia les haya dado. Y con ellos harán vivir a la poesía. El espacio de las palabras no se puede medir porque atesoran significados a menudo ocultos para el intelecto humano; sentidos que, sin embargo, quedan al alcance del conocimiento inconsciente. Una palabra posee dos valores: el primero es personal del individuo, va ligado a su propia vida; y el segundo se inserta en aquél, pero alcanza a toda la colectividad. Y este segundo significado conquista un campo inmenso, donde caben muchas más sensaciones que aquéllas extraídas de su preciso enunciado académico. Nunca sus definiciones (sus reducciones) llegarán a la precisión, puesto que por fuerza han de excluir la historia de cada vocablo y todas las voces que lo han extendido, el significado colectivo que condiciona la percepción personal de la palabra y la dirige.

Hay algo en el lenguaje que se transmite con un mecanismo similar al genético. Sabemos ya de los cromosomas internos que hacen crecer a las palabras, y conocemos esos genes que los filólogos rastrean hasta llegar a aquel misterioso idioma indoeuropeo, origen de tantas lenguas y de origen desconocido a su vez. Las palabras se heredan unas a otras, y nosotros también heredamos las palabras y sus ideas, y eso pasa de una generación a la siguiente con la facilidad que demuestra el aprendizaje del idioma materno. Lo llamamos así, pero en él influyen también con mano sabia los abuelos, que traspasan al niño el idioma y las palabras que ellos heredaron igualmente de los padres de sus padres, en un salto generacional que va de oca a oca, de siglo a siglo, aproximando los ancestros para convertirlos casi en coetáneos. Se forma así un espacio de la palabra que atrae como un agujero negro todos los usos que se le hayan dado en la historia. Pero éstos quedan ocultos por la raíz que conocemos, y se esconden en nuestro subconsciente. Desde ese lugar moverán los hilos del mensaje subliminal, para desarrollar de tal modo la seducción de las palabras.

Extraído de “La seducción de las palabras” de Alex Grijelmo., Edición Santillana, páginas 13, 14 y 15.

miércoles, 4 de enero de 2023

Participa en nuestro taller

Después de unas cortas vacaciones, continuamos este año con nuestros talleres.  

Los esperamos. 


Parque Biblioteca de Belén Cra. 76 #18A-19 

Horario: Viernes 6:00 - 8:00 pm. 

Información e inscripciones: WhatsApp 3007796607 - 3214793451


Que tengan un año muy feliz. 





miércoles, 30 de noviembre de 2022

Reflexiones de Schopehauer sobre la actividad literaria

¿Qué hace a un escritor? ¿El acto de escribir? Si así fuera, todos los que copian un texto serían escritores. ¿Tal vez el acto de inventar una historia? Siendo así, quien dice una mentira se convertiría automáticamente en escritor, y sabemos que eso no es cierto. ¿El uso correcto de un lenguaje, tal vez? Entonces lo sería un abogado que redacta un contrato, o un matemático que sabe utilizar su lambdas e integrales para formular una ley matemática en un lenguaje técnico.  


¿Qué hace a un escritor?

Tal vez es una pregunta que no tiene respuesta.  

Personalmente, me atrevería a decir lo que no es un escritor...  pero temo ofender a unos cuantos, y sobre todo, quedar yo mismo en evidencia porque tampoco lo soy. 

Esta semana les comparto un texto de Arthur Schopenhauer sobre lo que es ser un escritor, publicado en su libro Parerga y paralipómena II.  Al final de la entrada, les dejo el enlace para descargar el libro completo. 

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SOBRE ACTIVIDAD LITERARIA Y ESTILO

Arthur Schopenhauer
Parerga y paralipómena II


§ 272

Existen ante todo dos tipos de escritores: los que escriben en atención al tema y los que escriben por el propio escribir. Aquellos han tenido pensamientos o experiencias que les parecen dignos de comunicar; estos necesitan dinero y por eso escriben, por dinero. Piensan a efectos de escribir. Se los conoce en que se explayan en sus pensamientos todo lo posible y desarrollan ideas que son verdaderas a medias, equívocas, forzadas y oscilantes; también la mayoría de las veces les gusta la penumbra a fin de aparentar lo que no son; por eso sus escritos carecen de definición y plena claridad. De ahí que podamos notar enseguida que escriben para llenar un papel: a veces eso puede ocurrir incluso a nuestros mejores escritores: por ejemplo, en algunos pasajes de la dramaturgia de Lessing e incluso en algunas novelas de Jean Paul. Tan pronto como lo notamos, debemos abandonar el libro: porque el tiempo es oro. Mas en el fondo el autor que escribe para llenar papel estafa al lector: pues finge que escribe porque tiene algo que comunicar. — La ruina de la literatura son los honorarios y la prohibición de la reproducción. Solo escribe cosas dignas de ser escritas quien escribe exclusivamente en consideración al tema. ¡Cuánto se ganaría si en todas las ramas de la literatura existieran pocos libros pero excelentes! Pero no se puede llegar a eso mientras se puedan cobrar honorarios. Pues es como si hubiera una maldición sobre el dinero: cualquier escritor se vuelve malo en cuanto escribe por algún lucro. Las obras más eximias de los grandes hombres son todas del tiempo en que tenían que escribir gratis o por unos honorarios muy exiguos. Así que también aquí se confirma el refrán español: «Honra y provecho no caben en un saco» [540]. 

Toda la miseria de la literatura actual dentro y fuera de Alemania tiene su raíz en el hecho de que se gane dinero escribiendo libros. Todo el que necesita dinero se sienta y escribe un libro, y el público es tan tonto como para comprarlo. La consecuencia secundaria de ello es la ruina del lenguaje. 

Una gran cantidad de malos escritores vive exclusivamente de la extravagancia del público de no querer leer más que lo que se imprime hoy: los periodistas ¡Journalisten! ¡Acertada denominación! En nuestra lengua se diría «jornaleros»
[Tagelöhner]

§ 273

A su vez podemos decir que hay tres tipos de autores: en primer lugar, los que escriben sin pensar. Escriben de memoria, por reminiscencias, o inmediatamente a partir de libros ajenos. Esta clase es la más numerosa. — En segundo lugar están los que piensan mientras escriben. Piensan para escribir. Son muy frecuentes. — En tercer lugar, los que han pensado antes de ponerse a escribir. Escriben simplemente porque han pensado. Son raros.

Aquel escritor del segundo tipo, que demora el pensamiento hasta el momento de escribir, es comparable al cazador que sale a la buena de Dios: difícilmente llevará muchas presas a casa. En cambio, la actividad del escritor de la tercera clase es como una batida para la que se han apresado y encerrado de antemano las piezas, a fin de que después salgan en manada de su encierro hacia otro lugar igualmente acotado en el que no pueden escapar del cazador: de modo que entonces él sólo tiene que ocuparse de apuntar y disparar (la exposición). Esa es la caza que produce algún fruto. —

Pero incluso dentro del pequeño número de escritores que piensan realmente, con seriedad y de antemano, son muy pocos los que piensan sobre el asunto mismo: los demás piensan únicamente sobre libros, sobre lo que han dicho otros. En efecto, para pensar necesitan el estímulo cercano e intenso de los pensamientos ajenos ya dados.

Estos se convierten en su tema inmediato; de ahí que permanezcan siempre bajo su influencia y, en consecuencia, nunca logren una verdadera originalidad. Aquellos primeros, en cambio, son incitados a pensar por el asunto mismo, y por eso su pensamiento está dirigido inmediatamente a él. 

Solamente entre ellos se pueden encontrar los que permanecen y devienen inmortales. — Se entiende que aquí hablamos de las ramas superiores de la literatura y no de los que escriben sobre los destiladores.

Solamente merece ser leído el que toma la materia de sus escritos inmediatamente de su propia mente. Pero el redactor de libros, el escritor de compendios, el historiador usual, entre otros, toman su materia inmediatamente de los libros: desde estos llega aquella a los dedos sin haber pasado siquiera por la aduana ni haber sido inspeccionada, por no hablar de que haya sido elaborada. (¡Qué hombres más instruidos serían algunos si supieran todo lo que se encuentra en sus propios libros!) De ahí que sus habladurías tengan un sentido tan impreciso que en vano se rompe uno la cabeza para descubrir qué piensan en último término. No piensan absolutamente nada. En ocasiones el libro que plagian ha sido redactado exactamente de la misma manera: así que con la actividad literaria ocurre lo mismo que con las reproducciones en yeso de las reproducciones de reproducciones, etc.; con lo que al final Antinoo se convierte en la silueta apenas reconocible de un rostro. Por eso a los compiladores se les debe leer lo menos posible: pues es difícil evitarlos por completo, ya que incluso los compendios, que contienen en un exiguo espacio el saber acumulado en el curso de muchos siglos, se incluyen también entre las compilaciones. 


No existe mayor error que creer que la última palabra pronunciada es siempre la más correcta, que todo lo escrito con posterioridad es una mejora de lo que se ha escrito antes, y que toda transformación es un progreso. Las cabezas pensantes, los hombres de juicio acertado y la gente que se toma las cosas en serio son siempre meras excepciones; la regla en el mundo es siempre la chusma: y esta se encuentra siempre preparada y se afana solícita en echar a perder a su manera lo que aquellos han dicho tras una madura reflexión. De ahí que quien quiera instruirse sobre un tema deba guardarse de echar mano enseguida de los libros más recientes sobre él dando por supuesto que las ciencias progresan cada vez más y que en la redacción de estos libros han sido utilizados los más antiguos. Efectivamente, lo han sido; ¿pero cómo? A menudo el escritor no comprende a fondo a los autores anteriores pero no quiere utilizar directamente sus palabras, así que estropea y echa a perder lo que ellos dijeron mucho mejor y con mucha más claridad; porque ellos escribieron con conocimiento de causa propio y vivaz. Muchas veces deja que se escape lo mejor que han producido, sus explicaciones del tema más acertadas, sus más afortunadas observaciones; porque no conoce su valor, no siente su expresividad. A él no le resulta homogéneo más que lo trivial y superficial. — A menudo un excelente libro antiguo ha sido desplazado por otros modernos, peores, redactados por dinero pero que han aparecido de forma pretenciosa y han sido elogiados por los compañeros. En las ciencias cada cual quiere publicar algo nuevo para hacerse valer: a menudo esa novedad consiste simplemente en derribar las opiniones correctas que prevalecían hasta el momento para sustituirlas por sus patrañas: a veces da resultado durante poco tiempo y luego se vuelve a las antiguas opiniones correctas. Aquellos autores modernos no se toman en serio nada en el mundo más que su valiosa persona: quieren hacerla valer. Y debe hacerse rápidamente por medio de una paradoja: la esterilidad de sus mentes les aconseja el camino de la negación: se niegan verdades conocidas desde hace tiempo, por ejemplo, la fuerza vital, el sistema nervioso simpático, la generatio aeqnivoca o la separación que hace Bichat del efecto de las pasiones y el de la inteligencia; se vuelve a un atomismo craso, etc., etc. Por eso, con frecuencia el camino de las ciencias es retrógrado. — Aquí se incluyen los traductores, que al mismo tiempo corrigen y elaboran al autor, lo cual siempre me parece impertinente.

Escribe tú mismo libros que merezcan ser traducidos y deja las obras de los demás como están. — Así pues, cuando sea posible, se debe leer a los auténticos autores, fundadores e inventores de las cosas, o al menos a los reconocidos grandes maestros de la materia; y más vale comprar de segunda mano los libros que su contenido. Pero dado que inventis aliquid addere facile est [542], una vez bien asentado el fundamento tendremos que conocer también las recientes adiciones. En conjunto vale aquí, como en todo, esta regla: lo nuevo raramente es lo bueno; porque lo bueno es lo nuevo solo un breve tiempo[543].

Para un libro su título debe ser lo que a una carta el encabezamiento; es decir, ante todo ha de tener la finalidad de presentárselo a la parte del público que puede encontrar su contenido interesante. Por eso el título debe ser significativo; y puesto que es esencialmente corto, tendrá que ser conciso, lacónico, exacto y, siempre que sea posible, un monograma del contenido. Por consiguiente, son malos los títulos extensos, los no significativos, los oblicuos, los ambiguos o los totalmente falsos y conducentes a error; estos últimos pueden deparar a su libro el destino de las cartas con un falso encabezamiento. Pero los peores de todos son los títulos robados, es decir, los que lleva ya otro libro: pues son, en primer lugar, un plagio; y en segundo lugar, la prueba más concluyente de una total falta de originalidad: porque quien no posee la suficiente para idear un nuevo título aún menos capaz será de darle un contenido nuevo. Afines a esos son los títulos imitados, es decir, medio robados: como, por ejemplo, cuando, mucho después de haber escrito yo Sobre la voluntad en la naturaleza, Oersted escribe Sobre el espíritu en la naturaleza.

La poca honradez que existe entre los escritores se hace visible en la falta de escrúpulos con que falsean sus entrecomillados de los escritos ajenos.

Constantemente encuentro pasajes de mis escritos falsamente entrecomillados — y mis partidarios más declarados son aquí la única excepción. A menudo el
falseamiento se produce por descuido, ya que sus expresiones y locuciones, triviales y banales, se encuentran ya en su pluma y las escriben por hábito; a veces ocurre por una impertinencia que pretende mejorarme; pero con demasiada frecuencia se produce con la peor intención; — y entonces constituye una vergonzosa infamia y una bribonada semejante a la falsificación de moneda, que priva a su autor de una vez por todas del carácter de hombre honrado. —

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Arthur Schopenhauer​ (1788-1860) fue un filósofo alemán, considerado uno de los más brillantes del siglo XIX y de más importancia en la filosofía occidental, siendo el máximo representante del pesimismo filosófico​​ y de los primeros en manifestarse abiertamente como ateo.  Sus ideas influyeron definitivamente en el desarrollo de la filosofía, la política y la ciencia del siglo XIX y XX

miércoles, 7 de septiembre de 2022

Dime qué lees, y te diré quién eres. Federico García Lorca

 Esta semana les comparto el discurso que dio el escritor español Federico García Lorca, en la inauguración de la biblioteca de Fuente Vaqueros, su ciudad natal.



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Federico García Lorca 

(Fuente Vaqueros, Granada, 5 de junio de 1898 - camino de Víznar a Alfacar, Granada, 18 de agosto de 1936) fue un poeta, dramaturgo y prosista español. Adscrito a la generación del 27, fue el poeta de mayor influencia y popularidad de la literatura española del siglo xx y como dramaturgo se le considera una de las cimas del teatro español del siglo xx. Fue asesinado por el bando sublevado un mes después del golpe de Estado que provocó el inicio de la guerra civil española.

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Informacion del video:  Literatura para oir (RadioBolivariana).  Lector: Carlos Ignacion Cardona. 

miércoles, 29 de junio de 2022

El celular de Hansel y Gretel: Hernán Casciari

Un fantástico texto de Hernán Casciari. Para reflexionar y reir. (tomado del El blog de los lagartijos)


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El celular de Hansel y Gretel.  
Hernan Casciari

Anoche le contaba a mi hijita Nina un cuento infantil muy famoso, el de Hansel y Gretel de los hermanos Grimm. 
 
En el momento más tenebroso de la aventura, los niños descubren que unos pájaros se han comido las estratégicas bolitas de pan, un sistema muy simple que los hermanitos habían ideado para regresar a casa.

Hansel y Gretel se descubren solos en el bosque, perdidos, y comienza a anochecer.


Mi hija me dice, justo en ese punto de clímax narrativo: 'No importa. Que llamen al papá por el celular'.

Yo entonces pensé, por primera vez, que mi hija no tiene una noción de la vida ajena a la telefonía inalámbrica. Y al mismo tiempo descubrí qué espantosa resultaría la literatura -toda ella, en general- si el teléfono móvil hubiera existido siempre, como cree mi hija de cuatro años. Cuántos clásicos habrían perdido su nudo dramático, cuántas tramas hubieran muerto antes de nacer, y sobre todo qué fácil se habrían solucionado los intríngulis más célebres de las grandes historias de ficción.

Piense el lector, ahora mismo, en una historia clásica, en cualquiera que se le ocurra. Desde la Odisea hasta Pinocho, pasando por El viejo y el mar, Macbeth, El hombre de la esquina rosada o La familia de Pascual Duarte. No importa si el argumento es elevado o popular, no importa la época ni la geografía.

Piense el lector, ahora mismo, en una historia clásica que conozca al dedillo, con introducción, con nudo y con desenlace.

¿Ya está?

Muy bien. Ahora ponga un celular en el bolsillo del protagonista. No un viejo aparato negro empotrado en una pared, sino un teléfono como los que existen hoy: con cobertura, con conexión a correo electrónico y chat, con saldo para enviar mensajes de texto y con la posibilidad de realizar llamadas internacionales cuatribanda.

¿Qué pasa con la historia elegida? ¿Funciona la trama como una seda, ahora que los personajes pueden llamarse desde cualquier sitio, ahora que tienen la opción de chatear, generar videoconferencias y enviarse mensajes de texto? ¿Verdad que no funciona un carajo?

La Nina, sin darse cuenta, me abrió anoche la puerta a una teoría espeluznante: la telefonía inalámbrica va a hacer añicos las viejas historias que narremos, las convertirá en anécdotas tecnológicas de calidad menor.

Con un teléfono en las manos, por ejemplo, Penélope ya no espera con incertidumbre a que el guerrero Ulises regrese del combate.
Con un móvil en la canasta, Caperucita alerta a la abuela a tiempo y la llegada del leñador no es necesaria.
Con telefonito, el Coronel sí tiene quién le escriba algún mensaje, aunque fuese spam.

Y Tom Sawyer no se pierde en el Mississippi, gracias al servicio de localización de personas de Telefónica.
Y el chanchito de la casa de madera le avisa a su hermano que el lobo está yendo para allí.
Y Gepetto recibe una alerta de la escuela, avisando que Pinocho no llegó por la mañana.

Un enorme porcentaje de las historias escritas (o cantadas, o representadas) en los veinte siglos que anteceden al actual, han tenido como principal fuente de conflicto la distancia, el desencuentro y la incomunicación. Han podido existir gracias a la ausencia de telefonía móvil.

Ninguna historia de amor, por ejemplo, habría sido trágica o complicada, si los amantes esquivos hubieran tenido un teléfono en el bolsillo de la camisa. La historia romántica por excelencia (Romeo y Julieta, de Shakespeare) basa toda su tensión dramática final en una incomunicación fortuita: la amante finge un suicidio, el enamorado la cree muerta y se mata, y entonces ella, al despertar, se suicida de verdad. (Perdón por el espoiler).

Si Julieta hubiese tenido teléfono móvil, le habría escrito un mensajito de texto a Romeo en el capítulo seis:

M HGO LA MUERTA,
PERO NO STOY MUERTA.
NO T PRCUPES NI
HGAS IDIOTCES. BSO.

Y todo el grandísimo problemón dramático de los capítulos siguientes se habría evaporado. Las últimas cuarenta páginas de la obra no tendrían gollete, no se hubieran escrito nunca, si en la Verona del siglo catorce hubiera existido la promoción 'Banda ancha móvil' de Movistar.

Muchas obras importantes, además, habrían tenido que cambiar su nombre por otros más adecuados. La tecnología, por ejemplo, habría desterrado por completo la soledad en Aracataca y entonces la novela de García Márquez se llamaría 'Cien años sin conexión': narraría las aventuras de una familia en donde todos tienen el mismo nick (buendia23, a.buendia, aureliano@goodmornig) pero a nadie le funciona el Messenger.

La famosa novela de James M. Cain -'El cartero llama dos veces'- escrita en 1934 y llevada más tarde al cine, se llamaría 'El gmail me duplica los correos entrantes' y versaría sobre un marido cornudo que descubre (leyendo el historial de chat de su esposa) el romance de la joven adúltera con un forastero de malvivir.

Samuel Beckett habría tenido que cambiar el nombre de su famosa tragicomedia en dos actos por un título más acorde a los avances técnicos. Por ejemplo, 'Godot tiene el teléfono apagado o está fuera del área de cobertura', la historia de dos hombres que esperan, en un páramo, la llegada de un tercero que no aparece nunca o que se quedó sin saldo.

En la obra 'El .jpg de Dorian Grey', Oscar Wilde contaría la historia de un joven que se mantiene siempre lozano y sin arrugas, en virtud a un pacto con Adobe Photoshop, mientras que en la carpeta Images de su teléfono una foto de su rostro se pixela sin remedio, paulatinamente, hasta perder definición.
La bruja del clásico Blancanieves no consultaría todas las noches al espejo sobre 'quién es la mujer más bella del mundo', porque el coste por llamada del oráculo sería de 1,90 la conexión y 0,60 el minuto; se contentaría con preguntarlo una o dos veces al mes. Y al final se cansaría.

También nosotros nos cansaríamos, nos aburriríamos, con estas historias de solución automática. Todas las intrigas, los secretos y los destiempos de la literatura (los grandes obstáculos que siempre generaron las grandes tramas) fracasarían en la era de la telefonía móvil y del wifi.

Todo ese maravilloso cine romántico en el que, al final, el muchacho corre como loco por la ciudad, a contra reloj, porque su amada está a punto de tomar un avión, se soluciona hoy con un SMS de cuatro líneas.

Ya no hay ese apuro cursi, ese remordimiento, aquella explicación que nunca llega; no hay que detener a los aviones ni cruzar los mares. No hay que dejar bolitas de pan en el bosque para recordar el camino de regreso a casa.

Nuestro cielo ya está infectado de señales y secretos: cuidado que el duque está yendo allí para matarte, ojo que la manzana está envenenada, no vuelvo esta noche a casa porque he bebido, si le das un beso a la muchacha se despierta y te ama. Papá, ven a buscarnos que unos pájaros se han comido las migas de pan.

Nuestras tramas están perdiendo el brillo  -las escritas, las vividas, incluso las imaginadas- porque nos hemos convertido en héroes perezosos. 

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Hernán Casciari es un escritor y editor argentino. Conocido por su trabajo de unión entre literatura e internet. Creó la Editorial Orsai y dirige la revista Orsai, de crónica periodística y literatura.



miércoles, 4 de mayo de 2022

Decálogo arbitrario para aspirantes a escritores. Emilio Alberto Restrepo B.

  DECÁLOGO ARBITRARIO PARA ASPIRANTES A ESCRITORES


Por Emilio Alberto Restrepo*

A raíz de una conversación que sostuvimos, motivada por la publicación de la colección de decálogos y consejos de escritores que a manera de listas he venido guardando con los años y recopilada en mis blogs, algunos muchachos me lanzaron la inquietud: ¿Qué tan valiosos eran los famosos decálogos para escritores, hasta dónde servían, qué tan válido era apegarse a ellos como si se trataran, de unas «tablas de la ley»?

Estábamos con unos estudiantes en la Parada Literaria Juvenil que se realizó en Medellín, algunos eran de bachillerato, otros universitarios, y había alguno que otro veterano matando el tiempo mientras cumplía una cita. Pero el reto, al mismo tiempo conclusión, fue claro: cada cual debía regirse por sus propias normas, cada uno debía decantar su propio código, cada cual tenía que reinventarse a sí mismo; total, nadie iba a responder por uno.

Entonces nos pusimos el ejercicio de diseñar cada uno su propio «manual de instrucciones», su propia lista y para efectos metodológicos, se sugerían 10 puntos, para asuntos de orden y concisión. Acá cumplo con mi tarea. Trato de creer en esos principios, no sé si dentro de unos días piense lo mismo, pero ahí vamos.

1. Mira el mundo, escúchalo, huélelo: en todo lo que pasa alrededor, hay una historia potencial gritando por ser descubierta, contada o tergiversada. Si quieres ser escritor, no pierdas ninguna oportunidad. Si no la ves, invéntala, de todas formas allí está.

2. Toma apuntes, la memoria es frágil. Para hacerlo, carga una libreta, una agenda, una grabadora de periodista. Si no lo haces, más de la mitad de las cosas que hoy te llaman la atención, mañana se volverán polvo de olvido. Si lo haces, siempre podrás volver sobre el apunte y tarde o temprano te servirá para elaborar un texto, para cubrir un espacio, para resolver una situación o para tomar una pequeña venganza.

3. Escribe, escribe, escribe. Lo que sea; ojalá con método e intención, pero si no, con intuición y anarquía. Muchas veces de estos últimos intentos, al escarbar se encuentra un diamante dentro de la basura.

4. Durante las épocas de sequía creativa, los mejores recursos para escamparse son: el cine, ver todas las películas posibles, sobre todo las clásicas, basadas en guiones poderosos llenos de historias vigorosas e imaginativas sin sobrecarga de efectos especiales; leer y leer, tratando de entender las costuras con que los maestros hicieron obras memorables y los no tan brillantes desaprovecharon buenas ideas; vivir, amar, pensar, hacer ejercicio y no auto-compadecerse, lamentándose de estar viviendo el cacareado «síndrome de la página en blanco».

5. No tengas miedos ni temores: puedes ser fiel retratista de la realidad, o combinar la ficción con sucesos reales, o inventarte una situación alternativa jugando un poco a ser un dios imperfecto. Es una cuestión de gustos personales. En literatura, más que en otras áreas, es cierto aquello de «piensa mal y acertarás». No le tengas miedo a la mentira, a la distorsión, al chisme, al mal pensamiento, a la calumnia… Siempre un nombre podrá ser cambiado, siempre podrás jurar en falso, siempre te podrás retractar o no, siempre podrás pedir disculpas. Lo importante es escribir. El infierno se encargará del resto.



6. Corrige, corrige, corrige. En caliente o en frío. Castiga los adjetivos, los adverbios y los adornos innecesarios o excesivos. Usa el buscador del computador para las palabras repetidas muchas veces. Pisa con cuidado la delgada línea de la gramática y la ortografía, que castigan con rigor los textos, a pesar de su calidad literaria.

7. Si puedes, busca un buen Taller de Escritores. Los genios silvestres que nacen y se hacen por generación espontánea son muy escasos, unas pocas decenas por siglo. Lo importante en ellos es el profesor, alguien con experiencia que genere confianza en el alumno y le refuerce la técnica para superar las debilidades, estimulando las virtudes individuales de cada uno. Hay que ir con la mente abierta y la autoestima en su punto, pues en los buenos talleres, son más las críticas que los halagos, las reprimendas que los aplausos, las deserciones que la continuidad. Sólo los obstinados, que casi siempre son los que persisten y van haciendo obra, sobreviven a las tormentas —y tormentos— del ego.

8. Detecta los concursos honestos y que se adapten a tu obra. No escribas para ellos, pero si puedes, participa con intenciones de ganar. Si no ganas, te debes blindar para que no importe y de todas formas seguir escribiendo. Son más los que se pierden, siempre saldrán nuevas convocatorias y nadie ha podido entender lo que pasa por la cabeza de los jurados. Es un completo azar, y ganar puede servir, pero perder no descalifica ni debe acabar con la motivación de un escritor. Si ganas, hay publicación, dinero y reconocimiento. Un premio te puede resucitar la obra anterior y generar un nuevo interés en potenciales lectores y editores.

9. Las ideas no son de nadie, el conocimiento es universal, la cultura está globalizada. Pero cuidado, el plagio es un pecado, mortal e inadmisible. Todo es susceptible de servir de inspiración, una buena canción, una mala película, una historia coja, un poema memorable. Todo admite continuaciones, variantes, segundas miradas, terceras opiniones, otras perspectivas. En literatura no hay cadáveres definitivos ni hornos crematorios que destruyan los rastros. Todo es cuestión de respeto, lenguaje y perspectiva. Lo importante es el estilo, el sello personal, ese aire individual que hace la diferencia.

10. No te creas el cuento de la fama, que es evanescente y pasajera, pero tiene el peligro de ser adictiva y enceguecedora. No niegues un consejo a tiempo a quien lo necesita y te mira con ansiedad; no eludas ni pospongas una buena conversación y aunque pienses que te están succionando tus trucos, considéralo un halago. No te marees con el éxito ni con el fracaso. Los libros están ahí, alguien los valora y otros los desprecian, pero a la mayoría les son indiferentes. Comparte con generosidad tus memorias, tus archivos, tus colecciones, incluso a los que han sido mezquinos contigo. Así estás sembrando un camino de recompensas, de ideas. O de rechazo y traición, tampoco importa mucho. En el fondo se trata de vivir, de sentir. El resto vale menos. Y recuerda que al final todos vamos a terminar en poder de los gusanos.

CODA. Recomendación final: Lee todos los decálogos, escucha y repasa todos los consejos, reflexiona sobre lo que han dicho otros más viejos o más sabios o más exitosos. Por lo menos te divertirás haciéndolo, aunque no cuentes con volverte un portento genial por hacerlo. Pero no creas en todo lo que dicen, no hay fórmulas mágicas. Cada uno se rasca su propio trasero como puede. Al final, eres el único que responde, nadie te va a dar la mano si no funciona. Con decálogo o sin él, ten en cuenta que los libros se defienden o se hunden solos, el tiempo no perdona y una moda siempre desplaza a otra.


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El presente texto hace parte del libro «20 escritores colombianos nos revelan sus secretos de creación», publicado por Editorial libros para pensar, en diciembre de 2020. www.librosparapensar.com Correo-e: edicion@librosparapensar.com

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* Emilio Alberto Restrepo. Médico, especialista en Gineco-obstetricia y en Laparoscopia Ginecológica (Universidad Pontificia Bolivariana, Universidad de Antioquia, CES, Respectivamente). Profesor, conferencista de su especialidad. Autor de cerca de 20 artículos médicos. Ha sido colaborador de los periódicos la hoja, cambio, el mundo, y Momento Médico, Universo Centro. Tiene publicados los libros «textos para pervertir a la juventud», ganador de un concurso de poesía en la Universidad de Antioquia (dos ediciones) y la novela «Los círculos perpetuos», finalista en el concurso de novela breve «Álvaro Cepeda Samudio» (cuatro ediciones). Ganador de la III convocatoria de proyectos culturales del Municipio de Medellín con la novela «El pabellón de la mandrágora», (2 ediciones). Actualmente circulan sus novelas «La milonga del bandido» y «Qué me queda de ti sino el olvido», 2da edición, ganadora del concurso de novela talentos ciudad de Envigado, 2008. Actualmente circula su novela «Crónica de un proceso» publicada por la Universidad CES. En 2012, ediciones b publicó un libro con 2 novelas cortas de género negro: «Después de Isabel, el infierno» y «¿Alguien ha visto el entierro de un chino?» En 2013 publicó «De cómo les creció el cuello a las jirafas». Este libro fue seleccionado por Uranito Ediciones de Argentina para su publicación, en una convocatoria internacional que pretendía lanzar textos novedosos en la colección «Pequeños Lectores», dirigido a un público infantil. Fue distribuido en toda América Latina. Ganador en 2016 de las becas de presupuesto participativo del Municipio de Medellín, con su colección de cuentos Gamberros S.A. que recoge una colección de historias de pícaros, pillos y malevos. Con la Editorial UPB ha publicado desde 2015 4 novelas de su personaje, el detective Joaquín Tornado. En 2018 publicó su novela «Y nos robaron la clínica», con Sílaba editores. Su más reciente novela es "Medicina bajo sospecha", publicada en 2022 por la editorial CES. 

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Serie de YouTube Consejos a un joven colega.

Cuentos Leídos por el autor: https://emiliorestrepo.blogspot.com/2015/06/cuentos-leidos.html

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