Taller de Creación Literaria de la Editorial Libros para Pensar

Taller Crea-Acción Literaria (haga clic para más información)

Taller Crea-Acción Literaria de la Editorial Libros para Pensar

miércoles, 28 de junio de 2023

Manías de autor: Juan José Millas.

Manías de autor

Juan José Millás

Una mujer me facilitó su propio bolígrafo para que le dedicara un libro. Cuando se lo iba a devolver, dijo que me lo quedara. Ella se lo había encontrado en el avión, al volver de Buenos Aires. Había pertenecido, supuestamente, a un pasajero anterior que lo había olvidado en la bolsa del asiento delantero. Me fui a casa con el boli en el bolsillo, sugestionado por su historia. No era de gran valor, aunque tampoco de los de usar y tirar. Un bolígrafo, podríamos decir, de clase media. Esa noche le hice la autopsia y comprobé que le quedaba media carga. Me pregunté en qué se habría empleado la otra media. ¿En hacer cuentas, en firmar contratos, en escribir poemas o cartas de amor y desamor? Lo evidente era que la tinta que le faltaba estaba esparcida por medio mundo, quizás en casillas de crucigramas extranjeros, en formularios de aduanas, en recetas médicas...




¿En cuántos idiomas habría escrito ese bolígrafo? ¿Le sonaría raro ahora escribir en español? ¿A qué lo dedicaría yo? ¿A tomar, simplemente, las notas que me sugiere la lectura de los periódicos y que luego utilizo como materia para mis artículos? Ya sé que un bolígrafo de clase media (otra cosa es que hubiera sido, no sé, un Parker o un Maurice Lacroix) no se merecía tantas preocupaciones. Pero me recordaba a otro con el que inicié hace meses, en la habitación de un hotel de Nueva York, una novela. Un bolígrafo, por cierto, que me regalaron en el hotel y que olvidé en el avión, de regreso a Madrid. Recuerdo que, una vez en casa, no fui capaz de continuar aquella novela, de la que apenas había escrito cinco o seis páginas, porque me faltaba la herramienta con la que la había comenzado. Manías de autor, supersticiones, estamos llenos de ellas.

El caso es que busqué entre los papeles antiguos el cuaderno en el que había comenzado aquella novela y probé a seguir escribiéndola con este bolígrafo que se le parecía tanto y que quizá procedía del mismo hotel. La cosa funcionó. Al boli le resultaba familiar la historia y en pocos días de actividad febril completé ese primer cuaderno. Luego se le terminó la carga, pero he escrito al hotel de Nueva York pidiéndoles que me envíen otro idéntico. A ver qué pasa.


Fue
nte: facebook

miércoles, 21 de junio de 2023

El taller del poeta: Luis Fernando Macías

Esta semana les traigo un recomendado que no puede faltar en la biblioteca de aquellos que escriben poesía o que disfrutan de ella: EL TALLER DE POESÍA, del escritor colombiano Luis Fernando Macías. 

De sus primeras páginas extraigo un texto que nos explica la diferencia entre Poesía y Poema. Un texto que nos pone a reflexionar

_____________


EL TALLER DEL POETA


Por Luis Fernando Macías


Si quisiéramos hacer una diferenciación entre poesía y poema, sería preciso entender que la poesía es el género y el poema la especie. La poesía se halla en todos los aspectos de la existencia que constituyen el mundo de la vida, en el que para expresar la totalidad que es, se presenta en tres planos: material, mental y espiritual. Allí la poesía es un destello de luz que aparece como manifestación de la belleza o como revelación de lo verdadero. El poema, en cambio, es un cúmulo de palabras, en prosa o en verso, en el que se hace patente la poesía como evocación, para que, en su lectura, nos llegue esa iluminación en la forma de un sentimiento, una sensación, una emoción, una dulce eufonía musical, una revelación del misterio o la suma de esos efectos o parte de ellos. Para decirlo en una forma sencilla, podríamos agregar que, en el poema, el poeta manifiesta el latido del mundo.

El poema como obra nace en el taller del poeta, que es su vida misma y su lugar de trabajo: un cuaderno para escribir a mano o un computador para digitalizar las palabras que lo van constituyendo; pero no es solo eso, en la composición de un poema podemos distinguir tres momentos esenciales: el primero es un largo período cuya duración nunca se sabe, porque puede abarcar la historia del mundo o del individuo que lo crea; a este período lo podemos llamar gestación. El segundo puede durar un solo instante, es como un rayo o un destello de luz, y podemos llamarlo concepción; es el momento en que algo detona la asociación de todo aquello que venía gestándose en el inconsciente del poeta y se produce la emanación, el flujo de imágenes o ideas que, al encontrar su expresión en palabras, habrán de constituir el poema. El tercero, por supuesto, es la ejecución, la escritura misma de los versos y su corrección.

Con esto estamos diciendo que el taller del poeta reúne todos los procesos y actividades que constituyen su vida. Jaime Jaramillo Escobar decía que nos corresponde a nosotros formar al poeta que somos, ya que los poemas se hacen solos, son la realización, la obra del poeta.

En ese orden, cabe consultar lo que los poetas han reflexionado y dicho sobre la escritura de la poesía.

_________________


Luis Fernando Macías (Medellín, Colombia, 1957). Profesor de la Universidad de Antioquia. Ha publicado varias novelas, entre ellas: «Amada está lavando» (1979); «Del barrio las vecinas» (1987); «Los cantos de Isabel» (2000); «Memoria del pez» (La Habana, 2002; Bogotá 2017); «Cantar del retorno» (2003); «Todas las palabras reunidas consiguen el silencio» (2017), entre muchas otras. Además, los libros infantiles: «Valentina y el teléfono mostaza» (2018); «No es tan gallina porque adivina» (2018); «Adivine pues» (2020) y «Cuentos infantiles para libros álbum» (2020), entre otros. Ha publicado los siguientes libros de ensayo: «El juego como método para la enseñanza de la literatura a niños y jóvenes» (2003); «El taller de creación literaria, métodos, ejercicios y lecturas» (2007); «El cuento es el rey de los maestros» (2007), entre otros. Y los siguientes libros de cuentos: Los «relatos de La Milagrosa» (2000); «Los guardianes inocentes» (2003) y «Los animales del cielo» (2019).



__________________


Pueden adquirir el libro en la página web de la Editorial libros para Pensar o haciendo clic en el enlace.




miércoles, 14 de junio de 2023

James Bond y la corrección política

Este artículo es extraído de la columna Patente de Corzo, del genial Arturo Perez-Reverte, a quien concedo todos los créditos: 


Bond, James Bond

Puestos a imaginar, imaginen que estás en casa dándole a la tecla, y llega la visita. Buenos días, caballero —ahora todos somos caballeros—, venimos a ver si le interesa escribir el guión de la nueva película de Bond, James Bond. Y le vamos a pagar una pasta. Así que, interesado en lo de la pasta, los haces pasar, les sirves un café y te sientas a discutir los términos del asunto. La verdad es que me apetece, dices, pues siempre me gustó mucho, tanto en las novelas como en las películas, ese toque de chulería masculina, marca de la casa y del personaje, que tan bien encarnaron Sean Connery —mi favorito— y Pierce Brosnan, incluso Daniel Craig en Casino Royale, pero que parece perderse en las más recientes películas. Porque en la última, con el oso de peluche y las lágrimas y tal, al amigo Bond se le ve un poquito moñas.

Es lo que dices, más o menos. Y en ese punto te mosquea que tus visitantes hayan cambiado una mirada de inquietud. Bueno —dice uno—, en realidad de lo que se trata es precisamente de eso. De adaptar a 007 a los tiempos que corren. Hacerlo más de ahora, más natural. Más trendy. Al escucharlo, desconcertado, alzas un dedo objetor. Disculpen, dices, pero lo natural es que Bond sea un asesino, un mujeriego y un hijo de puta con ático, piscina y balcones a la calle, como lo concibió su autor. Un tipo peligroso y duro, y eso es lo que en él buscan sus seguidores, entre los que me cuento desde hace sesenta años. ¿Me explico?

Temo haberme explicado demasiado bien, pues mis interlocutores se sobresaltan al unísono. Creo, apunta uno —son dos, paritarios, hombre y mujer—, que no capta el fondo de la cuestión. Se trata de desmontar a James Bond y hacerlo más asequible. ¿A quién?, pregunto. Y la señora, o como se diga ahora, responde que al público actual. A las nuevas exigencias. ¿Por ejemplo?, inquiero de nuevo. A la destrucción de los clichés heteropatriarcales, es la respuesta. Pero resulta que James Bond es así, respondo. Ian Fleming, su autor, lo concibió como un cliché heteropatriarcal con pistola y ciruelo siempre en activo. Es Cero Cero Siete, rediós. Si no, sería otro: 003, 010 o 091. ¿Por qué en vez de manipularlo no se inventan otro agente secreto y dejan a ése en paz, tal como a sus lectores y espectadores nos gusta que sea?

Imposible, responde el varón del binomio. El famoso 007 es lo que la gente pide. A eso respondo que James Bond es famoso justo por ser lo que es. Pero la sociedad actual —replica la otra— reclama nuevos enfoques: odres nuevos para vinos viejos. Pero eso ni es vino ni es nada, opongo; es un producto aguado e insípido, un fraude y una traición al personaje. Pero la pava hace como que no me oye. Incluso, prosigue impertérrita, queremos que el nuevo James Bond, en la próxima película, deje de vestir smoking y otras prendas clasistas, abandone su afición al juego y los casinos —su perniciosa ludopatía, precisa el acompañante—, se desplace en vehículo eléctrico no contaminante, tenga inquietudes ecológicas y deje de matar y practicar el sexo.

Levanto una mano adversativa. A ver, digo. Explíquenme eso. ¿Cómo que deje de matar y practicar el sexo? Estamos hablando de Bond, James Bond. Matar a la gente es su actividad profesional pública y picar el billete a señoras estupendas es su actividad personal privada. Es que lo de matar —señala mi interlocutor varón— es un acto reprobable que degrada al personaje. Y lo de las señoras estupendas, añade, término que consideramos machista y misógino, tampoco es aconsejable. Queremos que el sexo desaparezca del personaje, por las connotaciones de agresión que su práctica implica. Y que el concepto general sea de género fluido, ni carne ni pescado, ni vela ni vapor. Algo transversal, confirma la otra: transpuesto, transitivo, translatorio, transatlántico. Algo, lo que sea, que lleve el prefijo trans. Eso es lo deseable, aunque no excluimos la ilusionante posibilidad de una James Bond mujer: una Cera Cera Sieta. O un hombre elegetebeí, se apresura a apostillar el otro al ver la cara que pongo. Y a ser posible, apunta su prójima, afroamericano de color. O afroamericana.

Me los quedo mirando diez segundos mientras digiero aquello. ¿O sea —respondo cuando recobro el habla—, un James Bond de personalidad fluida, negro, pacifista, ecologista, gay, vestido por Ágatha Ruiz de la Prada y que se desplaza en patinete? Mis interlocutores se miran. Es una forma de resumirlo muy desagradable, dice uno. Incluso fascista, añade la otra mientras se levantan. Nos decepciona usted, señor Reverte. Igual resulta que no es la persona adecuada.

_________________


Publicado el 24 de marzo de 2023 en XL Semanal.

miércoles, 7 de junio de 2023

El camino de las palabras profundas

Hace poco propuse a mis compañeros del Taller de Crea-acción Literaria un ejercicio:  buscar la palabra de nuestro idioma que fuera la más bella, la más sonora o la que mayor significado tendría. para ellos y escribir un texto relacionado con ella. Y es que, ¿cuántos de nosotros hemos pensado en la magia de las palabras?

A continuación, les traigo un texto de Axel Grijelmo sobre ello. 


El camino de las palabras profundas



Nada podrá medir el poder que oculta una palabra. Contaremos sus letras, el tamaño que ocupa en un papel, los fonemas que articulamos con cada sílaba, su ritmo, tal vez averigüemos su edad; sin embargo, el espacio verdadero de las palabras, el que contiene su capacidad de seducción, se desarrolla en los lugares más espirituales, etéreos y livianos del ser humano. Las palabras arraigan en la inteligencia y crecen con ella, pero traen antes la semilla de una herencia cultural que trasciende al individuo. Viven, pues, también en los sentimientos, forman parte del alma y duermen en la memoria. Y a veces despiertan, y se muestran entonces con más vigor, porque surgen con la fuerza de los recuerdos descansados. Son las palabras los embriones de las ideas, el germen del pensamiento, la estructura de las razones, pero su contenido excede la definición oficial y simple de los diccionarios. En ellos se nos presentan exactas, milimétricas, científicas…

Y en esas relaciones frías y alfabéticas no está el interior de cada palabra, sino solamente su pórtico. Nada podrá medir el espacio que ocupa una palabra en nuestra historia. Al adentrarnos en cada vocablo vemos un campo extenso en el que, sin saberlo, habremos de notar el olor del que se impregnó en cuantas ocasiones fue pronunciado. Llevan algunas palabras su propio sambenito colgante, aquel escapulario que hacía vestir la Inquisición a los reconciliados mientras purgasen sus faltas; y con él nos llega el almagre peyorativo de muchos términos, incluida esa misma expresión que el propio san Benito detestaría. Tienen otras palabras, por el contrario, un aroma radiante, y lo percibimos aun cuando designen realidades tristes, porque habrán adquirido entonces la capacidad de perfumar cuanto tocan. Se les habrán adherido todos los usos meliorativos que su historia les haya dado. Y con ellos harán vivir a la poesía. El espacio de las palabras no se puede medir porque atesoran significados a menudo ocultos para el intelecto humano; sentidos que, sin embargo, quedan al alcance del conocimiento inconsciente. Una palabra posee dos valores: el primero es personal del individuo, va ligado a su propia vida; y el segundo se inserta en aquél, pero alcanza a toda la colectividad. Y este segundo significado conquista un campo inmenso, donde caben muchas más sensaciones que aquéllas extraídas de su preciso enunciado académico. Nunca sus definiciones (sus reducciones) llegarán a la precisión, puesto que por fuerza han de excluir la historia de cada vocablo y todas las voces que lo han extendido, el significado colectivo que condiciona la percepción personal de la palabra y la dirige.

Hay algo en el lenguaje que se transmite con un mecanismo similar al genético. Sabemos ya de los cromosomas internos que hacen crecer a las palabras, y conocemos esos genes que los filólogos rastrean hasta llegar a aquel misterioso idioma indoeuropeo, origen de tantas lenguas y de origen desconocido a su vez. Las palabras se heredan unas a otras, y nosotros también heredamos las palabras y sus ideas, y eso pasa de una generación a la siguiente con la facilidad que demuestra el aprendizaje del idioma materno. Lo llamamos así, pero en él influyen también con mano sabia los abuelos, que traspasan al niño el idioma y las palabras que ellos heredaron igualmente de los padres de sus padres, en un salto generacional que va de oca a oca, de siglo a siglo, aproximando los ancestros para convertirlos casi en coetáneos. Se forma así un espacio de la palabra que atrae como un agujero negro todos los usos que se le hayan dado en la historia. Pero éstos quedan ocultos por la raíz que conocemos, y se esconden en nuestro subconsciente. Desde ese lugar moverán los hilos del mensaje subliminal, para desarrollar de tal modo la seducción de las palabras.

Extraído de “La seducción de las palabras” de Alex Grijelmo., Edición Santillana, páginas 13, 14 y 15.