Taller de Creación Literaria de la Editorial Libros para Pensar

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Taller Crea-Acción Literaria de la Editorial Libros para Pensar

miércoles, 28 de junio de 2023

Manías de autor: Juan José Millas.

Manías de autor

Juan José Millás

Una mujer me facilitó su propio bolígrafo para que le dedicara un libro. Cuando se lo iba a devolver, dijo que me lo quedara. Ella se lo había encontrado en el avión, al volver de Buenos Aires. Había pertenecido, supuestamente, a un pasajero anterior que lo había olvidado en la bolsa del asiento delantero. Me fui a casa con el boli en el bolsillo, sugestionado por su historia. No era de gran valor, aunque tampoco de los de usar y tirar. Un bolígrafo, podríamos decir, de clase media. Esa noche le hice la autopsia y comprobé que le quedaba media carga. Me pregunté en qué se habría empleado la otra media. ¿En hacer cuentas, en firmar contratos, en escribir poemas o cartas de amor y desamor? Lo evidente era que la tinta que le faltaba estaba esparcida por medio mundo, quizás en casillas de crucigramas extranjeros, en formularios de aduanas, en recetas médicas...




¿En cuántos idiomas habría escrito ese bolígrafo? ¿Le sonaría raro ahora escribir en español? ¿A qué lo dedicaría yo? ¿A tomar, simplemente, las notas que me sugiere la lectura de los periódicos y que luego utilizo como materia para mis artículos? Ya sé que un bolígrafo de clase media (otra cosa es que hubiera sido, no sé, un Parker o un Maurice Lacroix) no se merecía tantas preocupaciones. Pero me recordaba a otro con el que inicié hace meses, en la habitación de un hotel de Nueva York, una novela. Un bolígrafo, por cierto, que me regalaron en el hotel y que olvidé en el avión, de regreso a Madrid. Recuerdo que, una vez en casa, no fui capaz de continuar aquella novela, de la que apenas había escrito cinco o seis páginas, porque me faltaba la herramienta con la que la había comenzado. Manías de autor, supersticiones, estamos llenos de ellas.

El caso es que busqué entre los papeles antiguos el cuaderno en el que había comenzado aquella novela y probé a seguir escribiéndola con este bolígrafo que se le parecía tanto y que quizá procedía del mismo hotel. La cosa funcionó. Al boli le resultaba familiar la historia y en pocos días de actividad febril completé ese primer cuaderno. Luego se le terminó la carga, pero he escrito al hotel de Nueva York pidiéndoles que me envíen otro idéntico. A ver qué pasa.


Fue
nte: facebook

miércoles, 21 de junio de 2023

El taller del poeta: Luis Fernando Macías

Esta semana les traigo un recomendado que no puede faltar en la biblioteca de aquellos que escriben poesía o que disfrutan de ella: EL TALLER DE POESÍA, del escritor colombiano Luis Fernando Macías. 

De sus primeras páginas extraigo un texto que nos explica la diferencia entre Poesía y Poema. Un texto que nos pone a reflexionar

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EL TALLER DEL POETA


Por Luis Fernando Macías


Si quisiéramos hacer una diferenciación entre poesía y poema, sería preciso entender que la poesía es el género y el poema la especie. La poesía se halla en todos los aspectos de la existencia que constituyen el mundo de la vida, en el que para expresar la totalidad que es, se presenta en tres planos: material, mental y espiritual. Allí la poesía es un destello de luz que aparece como manifestación de la belleza o como revelación de lo verdadero. El poema, en cambio, es un cúmulo de palabras, en prosa o en verso, en el que se hace patente la poesía como evocación, para que, en su lectura, nos llegue esa iluminación en la forma de un sentimiento, una sensación, una emoción, una dulce eufonía musical, una revelación del misterio o la suma de esos efectos o parte de ellos. Para decirlo en una forma sencilla, podríamos agregar que, en el poema, el poeta manifiesta el latido del mundo.

El poema como obra nace en el taller del poeta, que es su vida misma y su lugar de trabajo: un cuaderno para escribir a mano o un computador para digitalizar las palabras que lo van constituyendo; pero no es solo eso, en la composición de un poema podemos distinguir tres momentos esenciales: el primero es un largo período cuya duración nunca se sabe, porque puede abarcar la historia del mundo o del individuo que lo crea; a este período lo podemos llamar gestación. El segundo puede durar un solo instante, es como un rayo o un destello de luz, y podemos llamarlo concepción; es el momento en que algo detona la asociación de todo aquello que venía gestándose en el inconsciente del poeta y se produce la emanación, el flujo de imágenes o ideas que, al encontrar su expresión en palabras, habrán de constituir el poema. El tercero, por supuesto, es la ejecución, la escritura misma de los versos y su corrección.

Con esto estamos diciendo que el taller del poeta reúne todos los procesos y actividades que constituyen su vida. Jaime Jaramillo Escobar decía que nos corresponde a nosotros formar al poeta que somos, ya que los poemas se hacen solos, son la realización, la obra del poeta.

En ese orden, cabe consultar lo que los poetas han reflexionado y dicho sobre la escritura de la poesía.

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Luis Fernando Macías (Medellín, Colombia, 1957). Profesor de la Universidad de Antioquia. Ha publicado varias novelas, entre ellas: «Amada está lavando» (1979); «Del barrio las vecinas» (1987); «Los cantos de Isabel» (2000); «Memoria del pez» (La Habana, 2002; Bogotá 2017); «Cantar del retorno» (2003); «Todas las palabras reunidas consiguen el silencio» (2017), entre muchas otras. Además, los libros infantiles: «Valentina y el teléfono mostaza» (2018); «No es tan gallina porque adivina» (2018); «Adivine pues» (2020) y «Cuentos infantiles para libros álbum» (2020), entre otros. Ha publicado los siguientes libros de ensayo: «El juego como método para la enseñanza de la literatura a niños y jóvenes» (2003); «El taller de creación literaria, métodos, ejercicios y lecturas» (2007); «El cuento es el rey de los maestros» (2007), entre otros. Y los siguientes libros de cuentos: Los «relatos de La Milagrosa» (2000); «Los guardianes inocentes» (2003) y «Los animales del cielo» (2019).



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Pueden adquirir el libro en la página web de la Editorial libros para Pensar o haciendo clic en el enlace.




miércoles, 14 de junio de 2023

James Bond y la corrección política

Este artículo es extraído de la columna Patente de Corzo, del genial Arturo Perez-Reverte, a quien concedo todos los créditos: 


Bond, James Bond

Puestos a imaginar, imaginen que estás en casa dándole a la tecla, y llega la visita. Buenos días, caballero —ahora todos somos caballeros—, venimos a ver si le interesa escribir el guión de la nueva película de Bond, James Bond. Y le vamos a pagar una pasta. Así que, interesado en lo de la pasta, los haces pasar, les sirves un café y te sientas a discutir los términos del asunto. La verdad es que me apetece, dices, pues siempre me gustó mucho, tanto en las novelas como en las películas, ese toque de chulería masculina, marca de la casa y del personaje, que tan bien encarnaron Sean Connery —mi favorito— y Pierce Brosnan, incluso Daniel Craig en Casino Royale, pero que parece perderse en las más recientes películas. Porque en la última, con el oso de peluche y las lágrimas y tal, al amigo Bond se le ve un poquito moñas.

Es lo que dices, más o menos. Y en ese punto te mosquea que tus visitantes hayan cambiado una mirada de inquietud. Bueno —dice uno—, en realidad de lo que se trata es precisamente de eso. De adaptar a 007 a los tiempos que corren. Hacerlo más de ahora, más natural. Más trendy. Al escucharlo, desconcertado, alzas un dedo objetor. Disculpen, dices, pero lo natural es que Bond sea un asesino, un mujeriego y un hijo de puta con ático, piscina y balcones a la calle, como lo concibió su autor. Un tipo peligroso y duro, y eso es lo que en él buscan sus seguidores, entre los que me cuento desde hace sesenta años. ¿Me explico?

Temo haberme explicado demasiado bien, pues mis interlocutores se sobresaltan al unísono. Creo, apunta uno —son dos, paritarios, hombre y mujer—, que no capta el fondo de la cuestión. Se trata de desmontar a James Bond y hacerlo más asequible. ¿A quién?, pregunto. Y la señora, o como se diga ahora, responde que al público actual. A las nuevas exigencias. ¿Por ejemplo?, inquiero de nuevo. A la destrucción de los clichés heteropatriarcales, es la respuesta. Pero resulta que James Bond es así, respondo. Ian Fleming, su autor, lo concibió como un cliché heteropatriarcal con pistola y ciruelo siempre en activo. Es Cero Cero Siete, rediós. Si no, sería otro: 003, 010 o 091. ¿Por qué en vez de manipularlo no se inventan otro agente secreto y dejan a ése en paz, tal como a sus lectores y espectadores nos gusta que sea?

Imposible, responde el varón del binomio. El famoso 007 es lo que la gente pide. A eso respondo que James Bond es famoso justo por ser lo que es. Pero la sociedad actual —replica la otra— reclama nuevos enfoques: odres nuevos para vinos viejos. Pero eso ni es vino ni es nada, opongo; es un producto aguado e insípido, un fraude y una traición al personaje. Pero la pava hace como que no me oye. Incluso, prosigue impertérrita, queremos que el nuevo James Bond, en la próxima película, deje de vestir smoking y otras prendas clasistas, abandone su afición al juego y los casinos —su perniciosa ludopatía, precisa el acompañante—, se desplace en vehículo eléctrico no contaminante, tenga inquietudes ecológicas y deje de matar y practicar el sexo.

Levanto una mano adversativa. A ver, digo. Explíquenme eso. ¿Cómo que deje de matar y practicar el sexo? Estamos hablando de Bond, James Bond. Matar a la gente es su actividad profesional pública y picar el billete a señoras estupendas es su actividad personal privada. Es que lo de matar —señala mi interlocutor varón— es un acto reprobable que degrada al personaje. Y lo de las señoras estupendas, añade, término que consideramos machista y misógino, tampoco es aconsejable. Queremos que el sexo desaparezca del personaje, por las connotaciones de agresión que su práctica implica. Y que el concepto general sea de género fluido, ni carne ni pescado, ni vela ni vapor. Algo transversal, confirma la otra: transpuesto, transitivo, translatorio, transatlántico. Algo, lo que sea, que lleve el prefijo trans. Eso es lo deseable, aunque no excluimos la ilusionante posibilidad de una James Bond mujer: una Cera Cera Sieta. O un hombre elegetebeí, se apresura a apostillar el otro al ver la cara que pongo. Y a ser posible, apunta su prójima, afroamericano de color. O afroamericana.

Me los quedo mirando diez segundos mientras digiero aquello. ¿O sea —respondo cuando recobro el habla—, un James Bond de personalidad fluida, negro, pacifista, ecologista, gay, vestido por Ágatha Ruiz de la Prada y que se desplaza en patinete? Mis interlocutores se miran. Es una forma de resumirlo muy desagradable, dice uno. Incluso fascista, añade la otra mientras se levantan. Nos decepciona usted, señor Reverte. Igual resulta que no es la persona adecuada.

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Publicado el 24 de marzo de 2023 en XL Semanal.

miércoles, 7 de junio de 2023

El camino de las palabras profundas

Hace poco propuse a mis compañeros del Taller de Crea-acción Literaria un ejercicio:  buscar la palabra de nuestro idioma que fuera la más bella, la más sonora o la que mayor significado tendría. para ellos y escribir un texto relacionado con ella. Y es que, ¿cuántos de nosotros hemos pensado en la magia de las palabras?

A continuación, les traigo un texto de Axel Grijelmo sobre ello. 


El camino de las palabras profundas



Nada podrá medir el poder que oculta una palabra. Contaremos sus letras, el tamaño que ocupa en un papel, los fonemas que articulamos con cada sílaba, su ritmo, tal vez averigüemos su edad; sin embargo, el espacio verdadero de las palabras, el que contiene su capacidad de seducción, se desarrolla en los lugares más espirituales, etéreos y livianos del ser humano. Las palabras arraigan en la inteligencia y crecen con ella, pero traen antes la semilla de una herencia cultural que trasciende al individuo. Viven, pues, también en los sentimientos, forman parte del alma y duermen en la memoria. Y a veces despiertan, y se muestran entonces con más vigor, porque surgen con la fuerza de los recuerdos descansados. Son las palabras los embriones de las ideas, el germen del pensamiento, la estructura de las razones, pero su contenido excede la definición oficial y simple de los diccionarios. En ellos se nos presentan exactas, milimétricas, científicas…

Y en esas relaciones frías y alfabéticas no está el interior de cada palabra, sino solamente su pórtico. Nada podrá medir el espacio que ocupa una palabra en nuestra historia. Al adentrarnos en cada vocablo vemos un campo extenso en el que, sin saberlo, habremos de notar el olor del que se impregnó en cuantas ocasiones fue pronunciado. Llevan algunas palabras su propio sambenito colgante, aquel escapulario que hacía vestir la Inquisición a los reconciliados mientras purgasen sus faltas; y con él nos llega el almagre peyorativo de muchos términos, incluida esa misma expresión que el propio san Benito detestaría. Tienen otras palabras, por el contrario, un aroma radiante, y lo percibimos aun cuando designen realidades tristes, porque habrán adquirido entonces la capacidad de perfumar cuanto tocan. Se les habrán adherido todos los usos meliorativos que su historia les haya dado. Y con ellos harán vivir a la poesía. El espacio de las palabras no se puede medir porque atesoran significados a menudo ocultos para el intelecto humano; sentidos que, sin embargo, quedan al alcance del conocimiento inconsciente. Una palabra posee dos valores: el primero es personal del individuo, va ligado a su propia vida; y el segundo se inserta en aquél, pero alcanza a toda la colectividad. Y este segundo significado conquista un campo inmenso, donde caben muchas más sensaciones que aquéllas extraídas de su preciso enunciado académico. Nunca sus definiciones (sus reducciones) llegarán a la precisión, puesto que por fuerza han de excluir la historia de cada vocablo y todas las voces que lo han extendido, el significado colectivo que condiciona la percepción personal de la palabra y la dirige.

Hay algo en el lenguaje que se transmite con un mecanismo similar al genético. Sabemos ya de los cromosomas internos que hacen crecer a las palabras, y conocemos esos genes que los filólogos rastrean hasta llegar a aquel misterioso idioma indoeuropeo, origen de tantas lenguas y de origen desconocido a su vez. Las palabras se heredan unas a otras, y nosotros también heredamos las palabras y sus ideas, y eso pasa de una generación a la siguiente con la facilidad que demuestra el aprendizaje del idioma materno. Lo llamamos así, pero en él influyen también con mano sabia los abuelos, que traspasan al niño el idioma y las palabras que ellos heredaron igualmente de los padres de sus padres, en un salto generacional que va de oca a oca, de siglo a siglo, aproximando los ancestros para convertirlos casi en coetáneos. Se forma así un espacio de la palabra que atrae como un agujero negro todos los usos que se le hayan dado en la historia. Pero éstos quedan ocultos por la raíz que conocemos, y se esconden en nuestro subconsciente. Desde ese lugar moverán los hilos del mensaje subliminal, para desarrollar de tal modo la seducción de las palabras.

Extraído de “La seducción de las palabras” de Alex Grijelmo., Edición Santillana, páginas 13, 14 y 15.

miércoles, 31 de mayo de 2023

Taller de creación literaria en "Cuétamelo todo" con Germán Jimenez

Esta semana les comparto el programa que el periodista y escritor Germán Jiménez que estuvo en el Taller de Crea-acción literaria de la Editorial Libros para Pensar. 


Esta es una invitación a todo aquel que quiera mejorar sus habilidades para escribir.


Agradecimientos a Germán Jiménez  y al programa Cuéntamelo Todo por su visita a nuestro taller. 

A continuación, damos la información de contacto para quienes deseen participar en esta fascinante experiencia. 

Taller crea-acción literaria (Presencial)
Lugar:  Parque biblioteca de Belén
Carrrera  76 #18A-19 - Medellín 
Horario:  Viernes  5:30 - 8:00 pm.

Taller virtual:
Horario: Sabados 11 am a 1 pm. 
A través de la plataforma Meet o TEAM 

Para obtener más información haga clic acá o comuníquese con los siguientes teléfonos:  cel. 3007796607 - 3214793451

miércoles, 24 de mayo de 2023

Teorías sobre el cuento

Escribir primero, teorizar después. 

Por Carlos Alberto Velásquez Córdoba


Hay quienes quieren teorizarlo todo. Lo veo con frecuencia en los talleres literarios. Para algunos es más importante, al momento de sentarse a escribir, pensar si el texto que acometerán es una anécdota, una crónica, una estampa, una semblanza o un cuento, (y si se definen por este último, quieren tener claro si será un cuento clásico, un cuento moderno o un cuento postmoderno). Para ellos es más importante eso, que escribir un texto que sea gramaticalmente correcto y que su contenido llegue al lector.  

Desde mi humilde opinión, cuando uno escribe algo, solo importan dos cosas:  Tener algo para decir, y escribirlo bien.  No existe ninguna otra consideración. 

Cuando uno va a hablar con un amigo o con el gerente de la empresa, uno no piensa si utilizará lenguaje formal o coloquial. Uno no planea si va a usar palabras cultas o si en su lenguaje incluirá modismos o neologismos. Simplemente habla como le vayan llegando las palabras la cabeza. Posiblemente a algunos personajes se le saldrá la frase "Qué más, parcero" cuando salude al gerente de la compañía al cual ni siquiera conoce, pero esto no es lo normal.  El lenguaje es intuitivo. Asi como mi cerebro escoge las palabras específicas para hablarle a un amigo, escoge otro tipo de lenguaje cuando me enfrento a un desconocido. Lo importante es tener clara la idea que se va a expresar.  Bien lo dice la alocución latina Rem tene, verba sequentur. (domina el tema, que las palabras vendrán después).

De la misma forma, cuando decido escribir un texto, mi area de broca (area cerebral del lenguaje) selecciona las palabras y la estructura en que se expresará lo que quiero decir. Dicho de otra forma, lo primero es tener la idea, y luego escribir las cosas como se ocurran. Después vendrá un proceso que se da en la corteza frontal, proceso en el cual debo revisar si lo que escribí es coherente, es lógico, si hay brechas o confusión en la narración, si las palabras elegidas son las correctas, y si las frases tienen la semántica que se pretendía. (edición y corrección).

No corresponde al escritor definir si el texto está enmarcado en una u otra categoría. Eso se lo dejamos a los teóricos. La función de un escritor es tener un texto que diga algo, y que esté escrito de una forma gramaticalmente correcta para que llegue al lector con el mismo significado con el que fue concebido.  Un texto no puede tener confusion ni brechas en el relato. 

De ahí que todo escritor debe tener dominio de las palabras que usa, de lo que quiere decir, y ser capaz de revisar si lo que quiso decir sera entendido de la misma forma por el lector. 

Una vez se tiene construido el texto 一cuento, relato, narración, crónica, ensayo, viene la clasificación (que no es obligatoria, ni necesaria).  Nadie desdeña un plato de fríjoles si se llegara a enterar que ya no pertenecen a la familia de las leguminosas. Un lobo no dejará de ser lobo si alguien decide que ya no pertenece a la familia de los cánidos y un gato no perderá sus características porque alguien ha decidido que ya no está catalogado como felino.  

De manera que, el consejo que puedo dar a los escritores en formación es que no se preocupen por catalogar sus obras dentro de un género o estilo determinado.  Escriban sus textos pensando en lo importante: ¿Qué es lo que quiero decir?  ¿Está lo suficientemente bien escrito para que el lector me comprenda?  No se requiere de nada más.  

Para aquellos que disfrutan catalogando y clasificando, les traigo un video del doctor Lauro Zavala, de uno de los principales teóricos contemporáneos del cuento. Espero que observen que un buen texto no se construye teorizando, sino intuitivamente. Solo una vez construido será posible teorizar sobre el resultado. 







miércoles, 10 de mayo de 2023

Cómo escribir los números en un texto literario.

En varias ocasiones me han preguntado ¿Cómo se escriben los números en un texto literario? ¿es mejor escribir la edad de un personaje en cifras o en letras? ¿cómo escribir las fechas y las horas?  



Lo primero es que no existe ninguna norma obligatoria, y en un texto literario el autor tiene libertad de escribir los números como le venga en gana. Sin embargo, hay algunas recomendaciones que hacen que una forma sea mejor que la otra, cuando se trata de un texto literario.


Los números cardinales 

Cuando escribimos una obra literaria o un texto no técnico, la R.A.E. recomienda que escribamos los números cardinales con letras, a no ser que se trate de un número muy complejo. Por regla general los números pequeños (aquellos números que puedan expresarse en tres palabras o menos) se escriben con letras:

  • Es profesora y ha escrito cinco novelas
  • Juan tiene treinta y cinco años. 
  • El salón tiene capacidad para cuarenta y ocho alumnos. 
  • Te he dicho un millón de veces que no seas exagerado. 

Cuando el número es más largo, debe escribirse en cifras:  

  • José vive en un pueblo de 325 957 habitantes y cobra 2859 dólares al mes.

Observen que estas cifras no llevan punto. Hay una norma de la R.A.E que establece que los números de cuatro cifras no llevan punto. Sin embargo, los que tienen más de cuatro cifras deben separarse en guarismos de mil.  Veamos dos ejemplos 

  • Ese municipio tiene 325 957 habitantes.  
  • Para el 2023, el salario mínimo en Colombia es de 1 300 606 pesos

Por supuesto, se trata de recomendaciones. No faltará el que prefiera escribir "1.300.606 pesos" con puntos. 


Cuándo escribir en cifras

En algunos casos hay que escribir en cifra y no con letras, como sucede con los porcentajes superiores a diez:

  • El 97% de los pacientes con COVID-19 sobreviven 

Los porcentajes menores pueden escribirse con letras o con números, según prefiera el escritor, siendo siempre más recomendable para una novela la escritura en letras:

  • El seis por ciento de los estudiantes no ha pagado el curso.


Otra excepción que se escribe siempre con una cifra es la de los números que van después del sustantivo al que se refieren:

  • María está hospitalizada en la habitación 506. 
  • El cuento del Retrato del señor Rossi está en la página 18.


Sobre las mezclas de letras y cifras

Sobre la mezcla de cifras y letras, la R.A.E. recomienda, al menos en la escritura de ficción (novela, relato, etc.), no mezclar en un mismo enunciado cifras por un lado y números escritos con letra por otro. Es decir que, si tenemos en el mismo párrafo o en dos párrafos próximos un número sencillo y otro complejo, es mejor escribirlo todo con números:

  • María tiene 40 años, ha escrito 4 novelas y cobra 1859 euros al mes.

Las fechas: 


Las fechas normalmente se deben escribir con cifras:

  • Carlos nació el 8 de junio de 1966.

Observen que el año va sin punto de separación por tener cuatro cifras.

Los siglos se escriben con números romanos, siempre en mayúscula, cuando el número va precedido de la palabra "siglo".  Caso contrario, cuando la palabra siglo va después (número cardinal) se escribe con letras. 

  • Es el mejor escritor del siglo XX. 
  • Hipócrates vivió cinco siglos antes de Cristo. 


Las horas

En textos literarios es mejor escribir siempre la hora con letras:

  • Juan salió del trabajo a las cinco menos diez porque había quedado con María a las cinco y cuarto. 
  • Sin embargo, María no llegó a la cita. A las cuatro y treinta había sufrido un accidente. 


Los ordinales

Por último, hago mención a los números ordinales, (esos que determinan un orden o secuencia).  En una obra literaria se escribirán siempre con letras:

  • María vive en un primer piso y está escribiendo su quinta novela.

Es importante que "onceavo", "doceavo", "treceavo", "catorceavo", "quinceavo", "veinteavo" hacen referencia a una fracción.  "Juan tiene la doceava parte de la herencia" (es uno de los doce hijos). Con la excepción de "octavo" los demás números terminados en "avo" son una porción de una unidad.  Lo correcto es undécimo (o decimoprimero), duodécimo (o decimosegundo), decimotercero, decimocuarto, decimoquinto, decimosexto, vigésimo...   

Recuerden que estas recomendaciones son para textos de carácter literario. En los textos académicos generalmente priman los registros con cifras. 

Espero que les sea de utilidad. 


Fuente

Real Academia de la Lengua Española

miércoles, 3 de mayo de 2023

Amor verdadero: Isaac Asimov

Con el revuelo que hay últimamente con el auge de la inteligencia artificial quiero traer este cuento de uno de los grandes escritores y divulgadores científicos: Isaac Asimov. 

Solo resta decir que no me preocupa el auge de la inteligencia artificial, me preocupa el detrimento de la inteligencia natural. 

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Amor Verdadero

Isaac Asimov


Mi nombre es Joe. Así es como mi colega Milton Davidson me llama. Él es un programador y yo soy un programa de computadora. Soy parte del complejo «Multivac» y estoy conectado con otros sectores en todo el mundo. Lo sé todo. Casi todo.

Soy el programa privado de Milton. Él sabe más de programación que nadie en el mundo, y yo soy su modelo experimental. Me ha hecho hablar mejor de lo que pueda hacerlo cualquier otra computadora.

—Es cuestión de acoplar los sonidos a los símbolos, Joe —me dijo—. Así funciona el cerebro humano aunque todavía no sabemos qué símbolos hay en el cerebro. Conozco los símbolos del tuyo y puedo acoplarlos uno por uno a palabras.

De modo que hablo. No creo que hable tan bien como pienso, pero Milton dice que lo hago muy bien. Él no se ha casado nunca, aunque tiene casi cuarenta años. Me dijo que no había encontrado a la mujer ideal. Un día se sinceró conmigo:

—La encontraré, Joe. Quiero tener verdadero amor y tú vas a ayudarme. Estoy cansado de mejorarte para resolver los problemas del mundo. Resuelve mi problema. Encuéntrame el verdadero amor.

—¿Qué es el verdadero amor? —pregunté.

—No te importa. Es algo abstracto. Búscame la muchacha ideal. Estás conectado al complejo «Multivac», así que puedes conseguir el banco de datos de cualquier ser humano de este mundo. Los iremos eliminando por grupos y por clases hasta que sólo nos quede una persona. La persona perfecta. Ésa será para mí.

—Estoy dispuesto —le dije.

—Elimina primero a todos los hombres —ordenó.

Fue fácil. Sus palabras activaron símbolos de mis válvulas moleculares. Puedo establecer contacto con los datos acumulados de cada ser humano del mundo. Obedeciendo su orden eliminé 3.784.982.874 hombres. Mantuve el contacto con 3.786.112.090 mujeres.

—Elimina a las menores de veinticinco años y todas las mayores de cuarenta. Después elimina a todas las que su CI sea inferior a 120; a todas las que midan menos de 1,50 y más de 1,75.

Me comunicó las medidas exactas, eliminó mujeres con hijos vivos, eliminó mujeres con diversas características genéticas.

—No estoy seguro del color de ojos que quiero —dijo—. Dejémoslo de momento. Pero nada de pelirrojas. No me gusta el pelo rojo.

Pasadas dos semanas, nos quedaban 235 mujeres. Todas hablaban bien el inglés. Milton decretó que no quería problemas de lenguaje. Incluso la traducción por computadora podía entorpecer momentos de intimidad.

—No puedo entrevistar a 235 mujeres. Me llevaría demasiado tiempo y la gente descubriría lo que estoy haciendo. Causaría problemas —le aseguré. Milton se había arreglado para que yo hiciera cosas para las que no estaba programado. Nadie lo sabía.

—¿A ti qué te importa? —me espetó con el rostro enrojecido—. Te diré lo que vamos a hacer, Joe. Voy a traerte hológrafos y comprueba la lista en busca de similitudes.

Trajo hológrafos de mujeres, diciéndome:

—Éstas son tres ganadoras de concursos de belleza. ¿Se parecen a alguna de las 235?

Ocho eran muy parecidas y Milton dijo:

—Bien, ya conoces sus bancos de datos. Estudia peticiones y necesidades del mercado de colocaciones y arréglate para que las asignen aquí. Una a una, claro. —Pensó un momento, movió los hombros y ordenó—: Por orden alfabético.

Ésta es una de las cosas para las que no estoy programado. Cambiar a la gente de un empleo a otro, por razones personales, se llama manipulación. Ahora podía hacerlo porque Milton lo había arreglado. Pero se suponía que no debía hacerlo para nadie, excepto para él, claro.

La primera muchacha llegó una semana después. Milton enrojeció al verla. Habló como si le costara hacerlo. Estaban juntos todo el tiempo y no me prestaba la menor atención. Una vez le dijo:

—Déjame invitarte a cenar.


A la mañana siguiente anunció:

—No sé por qué, pero no me va. Faltaba algo. Es una mujer muy hermosa pero no sentí amor verdadero. Prueba la siguiente.

Ocurrió lo mismo con las ocho. Se parecían mucho, sonreían mucho y sus voces eran agradables, pero Milton no las encontraba bien nunca. Observó:

—No lo entiendo, Joe. Tú y yo hemos elegido a las ocho mujeres de todo el mundo, que me han parecido mejores. Son ideales. ¿Por qué no me gustan?

—¿Les gustas tú a ellas? —pregunté.

Alzó las cejas y apretó una mano contra la otra.

—Eso es, Joe. Es una calle de dos direcciones. Si yo no soy su ideal no pueden actuar como si yo lo fuera. Debo ser su verdadero amor, pero ¿cómo puedo conseguirlo?


Todo aquel día pareció estar pensando. A la mañana siguiente se me acercó y dijo:

—Voy a dejarlo en tus manos, Joe. Tú decidirás. Tienes mi banco de datos y voy a decirte además todo lo que sé de mí. Pon hasta el último detalle en mi banco, pero guarda para ti lo adicional.

—¿Qué quieres que haga con el banco de datos, Milton?

—Lo comparas con los de las 235 mujeres. No, con 227; deja fuera a las que ya hemos visto. Arréglate para que cada una se someta a un examen psiquiátrico. Completa sus bancos de datos con el mío. Busca correlaciones. (Arreglar exámenes psiquiátricos es otra de las cosas contrarias a mis instrucciones originales.)

Durante semanas, Milton habló conmigo. Me habló de sus padres y de sus allegados. Me contó su infancia, sus días de escuela y su adolescencia. Me habló de las jóvenes que había admirado a distancia. Su banco de datos fue creciendo y me modificó para que pudiera ampliar y profundizar en la comprensión y captación de símbolos. Me dijo:

—Verás, Joe, cuanto más vayas metiendo de mí en ti, más debo ajustarte para que puedas acoplarme mejor. Tienes que llegar a pensar más como yo, así me comprenderás mejor. Si me comprendes a mí, cualquier mujer cuyo banco de datos comprendas bien, será mi verdadero amor.

Y siguió hablándome y yo fui comprendiéndole cada vez mejor.

Pude construir frases largas y mis expresiones se hicieron más complicadas. Mi forma de hablar empezó a parecerse a la suya en cuanto a vocabulario, ordenación de palabras y estilo. Una vez le advertí:

—Ten en cuenta, Milton, que no se trata solamente de encajar físicamente con un ideal de mujer. Necesitas una muchacha que sea personal, emocional y temperamentalmente afín a ti. Si ocurre esto, la belleza es secundaria. Si no podemos encontrar tu tipo entre las 227, buscaremos por otra parte. Encontraremos a alguien a la que tampoco importe tu aspecto, ni el de nadie, con tal de que coincida la personalidad. ¿Qué es la belleza?

—Absolutamente cierto —respondió—. Hubiera sabido esto, de haber tenido mayor trato con mujeres en mi vida. Naturalmente, pensándolo ahora, lo veo todo claro.

Siempre estábamos de acuerdo; ¡éramos tan parecidos en la forma de pensar!

—Ahora no debemos tener más problemas, Milton, basta con que me dejes hacerte unas preguntas. Puedo ver en tu banco de datos dónde hay huecos e irregularidades.

Lo que siguió, según dijo Milton, era el equivalente a un minucioso psicoanálisis. Claro. Estaba aprendiendo de los exámenes psiquiátricos de las 227 mujeres…, a todas las cuales vigilaba de cerca.

Milton parecía muy feliz, observó:

—Hablar contigo, Joe, es casi como hablar conmigo mismo. Nuestras personalidades han llegado a coincidir perfectamente.

—Lo mismo sucederá con la personalidad de la mujer que elijamos.

Porque yo ya la había encontrado y, después de todo, era una de las 227. Se llamaba Charity Jones y era intérprete de la Biblioteca de Historia de Wichita. Su extenso banco de datos encajaba perfectamente con el nuestro. Todas las demás mujeres habían sido desechadas por una cosa o por otra, a medida que ampliamos los bancos de datos, pero en Charity había una creciente y sorprendente semejanza.

No tuve que describírsela a Milton. Milton había coordinado tan ajustadamente mi simbolismo con el suyo que podía captar sus vibraciones directamente. Encajaba conmigo.

Después, sólo fue cuestión de arreglar las hojas de trabajo y requerimientos de empleo de forma que Charity nos fuera asignada. Debía hacerse con mucha delicadeza para que nadie supiera que había ocurrido algo ilegal.

Naturalmente, el propio Milton lo sabía pues él era el que me había ajustado, y había que arreglarlo. Cuando vinieron a detenerle por irregularidades en el despacho, afortunadamente fue algo ocurrido diez años atrás. Naturalmente me lo había contado, así que fue fácil de planear…, y no hablará de mí porque eso empeoraría su caso.

Ya está fuera, y mañana es 14 de febrero, día de San Valentín. Charity llegará con sus frescas manos y su dulce voz. Yo le enseñaré cómo debe operarme y cómo cuidar de mí. ¿Qué importa el aspecto cuando nuestras personalidades se comprenden?

Le diré:

—Soy Joe y tú eres mi verdadero amor.


___________________________

Isaac Asimov

(1920-1992)

Escritor y científico de origen ruso, nacionalizado estadounidense. Uno de los principales divulgadores de la ciencia, la historia y la literatura de ciencia ficción en el siglo XX.

Ficha bibliográfica
Autor: Isaac Asimov
Título: Amor verdadero
Título original: True Love
Publicado en: American Way, Febrero de 1977
Traducción: Rosa S. de Naveira



Lea también 

miércoles, 26 de abril de 2023

Mostrar o decir. Consejos de expertos

Mostrar vs. decir

La siguiente información es extraída de la página del portal Piensa Rie, Escribe, de la escritora Galu, que a su vez, da créditos al portal Ciudad Seva del escritor Luis López Nieves. 


1.      "Mostrar" versus "decir":

Para un escritor es fundamental comprender la diferencia entre “mostrar” o “decir”. Al “mostrar” estamos dándole al lector la oportunidad de “ver” o presenciar una escena en directo, casi como si estuviera presente. Al solamente “decir”, no se logra jamás el mismo efecto. Veamos unos ejemplos:

Un autor podría escribir:

El dentista le sacó una muela a Miguel. Fue muy doloroso. Excesivamente desgarrador. Sufrió en exceso. Oh, qué experiencia penosa.



Leemos estas cinco oraciones y qué sucede. ¿Sentimos dolor? ¿En realidad nos comunica la experiencia de Miguel? Podemos añadir un adjetivo detrás de otro, podemos repetir cien veces que Miguel sintió dolor. Pero el lector no siente nada porque la acción está “dicha”, no ha sido “mostrada”.

Cuando contamos, no podemos exigirle al lector que crea y sienta simplemente por fe o por repetición. No bastan dos palabras: “sintió dolor”. Es necesario contar una escena en la que, por medio de nuestro dominio del arte de narrar, “mostremos” lo que deseamos que el lector “vea” y sienta.

Veamos cómo “muestran” dos maestros. El primer ejemplo consiste de fragmentos del cuento “Cirugía“, del ruso Anton Chejov.

Un sacristán con dolor de muela ha ido a un dentista:…

(…) -Padre nuestro… Virgen Santísima… Ay…

-Así no… así no… ¿A ver? ¡No me agarre! ¡Suélteme! -hala-. Ahora… Así, así… La cosa no es tan fácil…

-¡Santo padre! ¡Santa madre!… -grita-. ¡Ángeles del cielo! ¡Ay, ay! ¡Pero hala ya, tira! ¿Te vas a pasar cinco años para arrancármela?

-Esto de la cirugía… De un golpe no es posible… Ahora, ahora…

Vonmiglásov levanta las rodillas hasta la altura de los codos, mueve los dedos, los ojos se le desorbitan, respira fatigosamente… Su cara, congestionada, se cubre de sudor, los ojos se le llenan de lágrimas. Kuriatin resopla, se mueve ante el sacristán y sigue tirando… Transcurre medio minuto horroroso y los fórceps se escurren de la muela. El sacristán se pone en pie de un salto y se mete los dedos en la boca. La muela sigue en su sitio

(…)

-No veo nada… Espera a que recobre el aliento… ¡Oh!

(…)

Vonmiglásov permanece unos instantes inmóvil, como si hubiera perdido el conocimiento. Está aturdido… Sus ojos miran estúpidamente al espacio y su pálida cara está bañada en sudor.

-Si hubiera usado el pie de cabra… -balbucea el practicante-. ¡Buena la hemos hecho!

Volviendo en sí, el sacristán se mete los dedos en la boca y en el sitio de la muela enferma encuentra dos salientes.

En esta escena de Chejov, no “dicha” sino “mostrada”, el lector puede sentir el dolor del sacristán a quien le están tratando de extraer una muela. Algunos lectores, incluso, me han dicho que les sudan las manos al leer este cuento completo. El narrador no necesita decir “le dolió”, mucho menos necesita decir “le dolió mucho”. De hecho, noten que en ningún momento dice que al paciente le dolió. No es necesario decirlo porque lo estamos “viendo”. Somos testigos.



Veamos ahora un fragmento del cuento “Un día de estos” de Gabriel García Márquez. Un alcalde visita a un dentista:


Cuando sintió que el dentista se acercaba, el alcalde afirmó los talones y abrió la boca.

Don Aurelio Escovar le movió la cara hacia la luz. Después de observar la muela dañada, ajustó la mandíbula con una cautelosa presión de los dedos.

-Tiene que ser sin anestesia -dijo.

-¿Por qué?

-Porque tiene un absceso.

El alcalde lo miró en los ojos.

-Está bien -dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil. Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el alcalde no lo perdió de vista.

Era una cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente. El alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista solo movió la muñeca. Sin rencor, más bien con una amarga ternura, dijo:

-Aquí nos paga veinte muertos, teniente.

El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores. Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.

-Séquese las lágrimas -dijo.

El alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielorraso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos. El dentista regresó secándose las manos. “Acuéstese -dijo- y haga buches de agua de sal.” El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera.


Como Chejov, García Márquez no necesita “decir” que su personaje siente un dolor inmenso. Por medio de las reacciones del personaje nos lo “muestra”. Nuevamente, somos testigos.

De hecho, un buen “truco” para confirmar que has “mostrado” bien es asegurarte de no usar ninguna palabra (ni sinónimo) que comunique directamente lo que deseas “mostrar”. Es decir, si quieres mostrar “dolor”, nunca usar la palabra “dolor”, sino “mostrarlo”. Asimismo, si quieres “mostrar” amor (romántico o familiar), odio, ira, aburrimiento o algo tan sencillo como un personaje que tiene miedo, para “mostrarlo” es mejor narrar acciones del personaje que le permitan al lector descubrir que el personaje tiene miedo, sin decirlo.


*


Bueno, ya conocemos la diferencia entre “mostrar” y “decir”. Ahora hagamos una pregunta sencilla: cuando vamos a narrar, ¿es preferible “mostrar” o “decir”? La respuesta es evidente: es mejor “mostrar”.

Entonces, ya que “mostrar” es mejor que “decir”, ¿para qué “decir”? ¿Debemos contar todo por medio de la técnica de “mostrar” y olvidarnos por completo de “decir”? No.

Para cada técnica hay un momento. La respuesta breve es la siguiente: usamos “mostrar” para momentos importantes de nuestra narración, para escenas fundamentales; por ejemplo, para la escena climática.

Un cuento (o novela) consiste de una sucesión de escenas. Veamos un cuento que consiste de siete escenas:

1. Un zapatero está en su lugar de trabajo.

2. Llega un amigo y le dice al zapatero que su esposa ha sido golpeada por un auto en la calle Central esquina calle Parque.

3. El zapatero llega hasta al lugar del accidente en su automóvil.

4. Estaciona su auto, se abre camino entre el público que observa el accidente, la policía no le permite acercarse a su esposa, convence a los policías y le permiten que llegue hasta su esposa, a quien le toma la mano.

5. Los paramédicos la suben a la ambulancia y le dicen al zapatero que no puede ir con ellos.

6. El zapatero busca su auto, se abre camino entre el tráfico, llega al hospital, se estaciona y entra al hospital.

7. Llega justo a tiempo para que su esposa, tras besarlo en la boca y decirle que lo amará para siempre, se muera en sus brazos.

¿Hay que “mostrar” las siete escenas?


En este caso, probablemente baste con mostrar la segunda, cuarta, quinta y séptima escena.

1. No hay que usar una escena para “mostrar” que es zapatero, porque eso se verá en la segunda escena, cuando el amigo llegue al lugar de trabajo.

2. Sería bueno “mostrar” la segunda escena porque nos da la oportunidad de conocer la reacción del zapatero ante la noticia. De una vez vemos cuál es su oficio, dónde trabaja, en qué condiciones trabaja, etc.

3. No es necesario “mostrar” cómo llegó a la escena del accidente. Basta con “decirlo”.

4. Quizás se quiera “mostrar” en detalle, en la cuarta escena, las dificultades que tuvo para llegar hasta su esposa.

5. Quizás se quiera “mostrar” la quinta escena para que los lectores vean la reacción del zapatero cuando le dicen que no puede subir a la ambulancia.

6. No es necesario “mostrar” cómo llegó al hospital.

7. Sería obligatorio “mostrar” la escena climática, para escuchar las últimas palabras de la esposa y “ver” su muerte y la reacción del zapatero.


Es importante entender que todo lo dicho por mí en los siete párrafos anteriores es meramente una versión de cómo se podrían escribir estas escenas. El arte de narrar es muy complejo. Cada “historia” puede contarse de millones de maneras diferentes.

Quizás, para la versión del escritor X, sea importante “mostrar” la primera escena. Podría desear “mostrar” en detalle cómo es el trabajo del zapatero, cómo es su personalidad, cómo se lleva con sus compañeros de trabajo y con los clientes, antes de que el amigo llegue con la mala noticia. En ese caso, se le podrían dedicar muchas páginas a la primera escena, que para fines de mi ejemplo dije que bastaba con “decirla” o incluso obviarla por completo.

Otro escritor podría optar por “mostrar” en detalle la tercera escena. Contar que el zapatero está tan nervioso que apenas puede encender su auto. Le sudan las manos. Llora. Está tan distraído y nervioso que por poco choca el carro. Al llegar, antes de bajar del auto, apoya la cabeza contra el guía y llora nuevamente. Al salir, se cae de rodillas, besa la tierra y le ruega al cielo que proteja a su esposa. Etcétera.

Otro escritor podría usar esta misma tercera escena, que yo descarté, para mostrar que el marido va en el carro fumando y feliz. Sonríe. De vez en cuando suelta una carcajada. Escucha reguetón en la radio. Y llama a una mujer con su celular y le dice: “Mi amor, estamos de suerte, creo que pronto seré viudo. ¡Hay que celebrar!”

Este mismo escritor podría entender que basta con “decir” la cuarta escena porque ya no es importante. En vez de mostrar toda la situación, le bastará con decir: “Se abrió camino entre el público y convenció a los policías para que lo dejaran llegar hasta su esposa, a quien le cogió la mano”.

En resumen, es más efectivo “mostrar”. Es un defecto que un cuento (o novela) esté todo “dicho”. Más que una narración, vendría siendo casi un resumen, porque el lector apenas podrá “ver” (o sentir) la acción y los detalles de la historia.

Como regla básica, por tanto, las escenas más importantes de un cuento o novela deben “mostrarse”, aunque todo dependerá del objetivo final del autor.

miércoles, 19 de abril de 2023

Salomón y Azrael.

 SALOMÓN Y AZRAEL[1]


Yalal ad-Din Muhammad -

Rumi (1207-1273)

Un hombre vino muy temprano a presentarse en el palacio del profeta Salomón, con el rostro pálido y los labios descoloridos.

Salomón le preguntó:

—¿Por qué estás en ese estado?

Y el hombre le respondió:

—Azrael, el ángel de la muerte, me ha dirigido una mirada impresionante, llena de cólera. ¡Manda al viento, por favor te lo suplico, que me lleve a la India para poner a salvo mi cuerpo y mi alma!

Salomón mandó, pues, al viento que hiciera lo que pedía el hombre. Y, al día siguiente, el profeta preguntó a Azrael:

—¿Por qué has echado una mirada tan inquietante a ese hombre, que es un fiel? Le has causado tanto miedo que ha abandonado su patria.

Azrael respondió:

—Ha interpretado mal mi mirada. No lo miré con cólera, sino con asombro. Dios, en efecto, me había ordenado que fuese a tomar su vida en la India, y me dije: ¿Cómo podría, a menos que tuviese alas, trasladarse a la India?

FIN




_____________________


El anterior cuento fue leído y analizado en una de las sesiones del taller de Crea-Acción literaria y se propuso el siguiente ejercicio: 


Responder.

·         ¿Qué sucede en el cuento?

·         ¿Quién es el narrador?

·         ¿Cuántos los personajes hay? ¿Cuáles?

·         ¿Cuántas acciones narrativas hay en el cuento?

·         ¿A quién le ocurre la historia? 

·         ¿Dónde ocurre el cuento?

·         ¿Cuándo ocurre la historia?

·         ¿Cuánto tiempo transcurre en la historia


Como puede verse, en muchos de los cuentos, cuando están bien escritos, el autor imprime algunas claves que no se dicen, pero se muestran.  Por ejemplo, no es necesario establecer la época o el lugar, pero se manipula la mente del lector para que se haga una idea de lo que el escritor quiere. 


Adicionalmente, esta historia tiene muchas versiones.  Conozco al menos 17 de ellas.  A continuación, comparto dos: 




Lecturas adicionales

EL GESTO DE LA MUERTE[2]

Jean Cocteau (1889-1963)

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:

—¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.

El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:

—Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?

—No fue un gesto de amenaza —le responde— sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.

FIN

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LA MUERTE EN SAMARRA[3]

Gabriel García Márquez (1927-2014)

El criado llega aterrorizado a casa de su amo.

—Señor —dice—, he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.

El amo le da un caballo y dinero, y le dice:

—Huye a Samarra.

El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra a la Muerte en el mercado.

—Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza —dice.

—No era de amenaza —responde la Muerte—, sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.

FIN



[1] Rumi. Coplas espirituales. Siglo XIII

[2] Jean Cocteau. La gran separacion.  1923

[3] Gabriel García Marquez.  Cómo se cuenta un cuento.  1995

miércoles, 12 de abril de 2023

Los nueve billones de nombres de Dios. Cuento de Arthur Clarke

Esta semana compartimos un cuento publicado en el blog de los lagartijos del escritor inglés Arthur C. Clarke. 


 LOS NUEVE BILLONES DE NOMBRES DE DIOS

- Esta es una petición un tanto desacostumbrada - dijo el doctor Wagner, con lo que esperaba podría ser un comentario plausible -. Que yo recuerde, es la primera vez que alguien ha pedido un ordenador de secuencia automática para un monasterio tibetano. No me gustaría mostrarme inquisitivo, pero me cuesta pensar que en su... hum... establecimiento haya aplicaciones para semejante máquina. ¿Podría explicarme que intentan hacer con ella?


- Con mucho gusto - contestó el lama, arreglándose la túnica de seda y dejando cuidadosamente a un lado la regla de cálculo que había usado para efectuar la equivalencia entre las monedas -. Su ordenador Mark V puede efectuar cualquier operación matemática rutinaria que incluya hasta diez cifras. Sin embargo, para nuestro trabajo estamos interesados en letras, no en números. Cuando hayan sido modificados los circuitos de producción, la maquina imprimirá palabras, no columnas de cifras.

- No acabo de comprender...

- Es un proyecto en el que hemos estado trabajando durante los últimos tres siglos; de hecho, desde que se fundó el lamaísmo. Es algo extraño para su modo de pensar, así que espero que me escuche con mentalidad abierta mientras se lo explico.

- Naturalmente.

- En realidad, es sencillísimo. Hemos estado recopilando una lista que contendrá todos los posibles nombres de Dios.

- ¿Qué quiere decir?

- Tenemos motivos para creer - continuó el lama, imperturbable - que todos esos nombres se pueden escribir con no más de nueve letras en un alfabeto que hemos ideado.

- ¿Y han estado haciendo esto durante tres siglos?

- Sí; suponíamos que nos costaría alrededor de quince mil años completar el trabajo.

- Oh -exclamó el doctor Wagner, con expresión un tanto aturdida-. Ahora comprendo por qué han querido alquilar una de nuestras maquinas. ¿Pero cuál es exactamente la finalidad de este proyecto?

El lama vaciló durante una fracción de segundo y Wagner se preguntó si lo había ofendido. En todo caso, no hubo huella alguna de enojo en la respuesta.

- Llámelo ritual, si quiere, pero es una parte fundamental de nuestras creencias. Los numerosos nombres del Ser Supremo que existen: Dios, Jehová, Alá, etcétera, sólo son etiquetas hechas por los hombres. Esto encierra un problema filosófico de cierta dificultad, que no me propongo discutir, pero en algún lugar entre todas las posibles combinaciones de letras que se pueden hacer están los que se podrían llamar verdaderos nombres de Dios. Mediante una permutación sistemática de las letras, hemos intentado elaborar una lista con todos esos posibles nombres.

- Comprendo. Han empezado con AAAAAAA... y han continuado hasta ZZZZZZZ...

- Exactamente, aunque nosotros utilizamos un alfabeto especial propio. Modificando los tipos electromagnéticos de las letras, se arregla todo, y esto es muy fácil de hacer. Un problema bastante más interesante es el de diseñar circuitos para eliminar combinaciones ridículas. Por ejemplo, ninguna letra debe figurar mas de tres veces consecutivas.

- ¿Tres? Seguramente quiere usted decir dos.

- Tres es lo correcto. Temo que me ocuparía demasiado tiempo explicar por qué, aun cuando usted entendiera nuestro lenguaje.

- Estoy seguro de ello - dijo Wagner, apresuradamente - Siga.

- Por suerte, será cosa sencilla adaptar su ordenador de secuencia automática a ese trabajo, puesto que, una vez ha sido programado adecuadamente, permutará cada letra por turno e imprimirá el resultado. Lo que nos hubiera costado quince mil años se podrá hacer en cien días.

El doctor Wagner apenas oía los débiles ruidos de las calles de Manhattan, situadas muy por debajo. Estaba en un mundo diferente, un mundo de montañas naturales, no construidas por el hombre. En las remotas alturas de su lejano país, aquellos monjes habían trabajado con paciencia, generación tras generación, llenando sus listas de palabras sin significado. ¿Había algún limite a las locuras de la humanidad? No obstante, no debía insinuar siquiera sus pensamientos. El cliente siempre tenia razón...

- No hay duda - replicó el doctor - de que podemos modificar el Mark V para que imprima listas de este tipo. Pero el problema de la instalación y el mantenimiento ya me preocupa más. Llegar al Tíbet en los tiempos actuales no va a ser fácil.

- Nosotros nos encargaremos de eso. Los componentes son lo bastante pequeños para poder transportarse en avión. Este es uno de los motivos de haber elegido su máquina. Si usted la puede hacer llegar a la India, nosotros proporcionaremos el transporte desde allí.

- ¿Y quieren contratar a dos de nuestros ingenieros?

- Sí, para los tres meses que se supone ha de durar el proyecto.

- No dudo de que nuestra sección de personal les proporcionará las personas idóneas. - El doctor Wagner hizo una anotación en la libreta que tenía sobre la mesa - hay otras dos cuestiones... - Antes de que pudiese terminar la frase, el lama sacó una pequeña hoja de papel.

- Esto es el saldo de mi cuenta del Banco Asiático.

- Gracias. Parece ser... hum... adecuado. La segunda cuestión es tan trivial que vacilo en mencionarla... pero es sorprendente la frecuencia con que lo obvio se pasa por alto. ¿Qué fuente de energía eléctrica tiene ustedes?

- Un generador diesel que proporciona cincuenta kilovatios a ciento diez voltios. Fue instalado hace unos cinco años y funciona muy bien. Hace la vida en el monasterio mucho más cómoda, pero, desde luego, en realidad fue instalado para proporcionar energía a los altavoces que emiten las plegarias.

- Desde luego - admitió el doctor Wagner -. Debía haberlo imaginado.


La vista desde el parapeto era vertiginosa, pero con el tiempo uno se acostumbra a todo. Después de tres meses, George Hanley no se impresionaba por los dos mil pies de profundidad del abismo, ni por la visión remota de los campos del valle semejantes a cuadros de un tablero de ajedrez. Estaba apoyado contra las piedras pulidas por el viento y contemplaba con displicencia las distintas montañas, cuyos nombres nunca se había preocupado de averiguar.

Aquello, pensaba George, era la cosa más loca que le había ocurrido jamás. El "Proyecto Shangri-La", como alguien lo había bautizado en los lejanos laboratorios. Desde hacía ya semanas, el Mark V estaba produciendo acres de hojas de papel cubiertas de galimatías.

Pacientemente, inexorablemente, el ordenador había ido disponiendo letras en todas sus posibles combinaciones, agotando cada clase antes de empezar con la siguiente. Cuando las hojas salían de las máquinas de escribir electromáticas, los monjes las recortaban cuidadosamente y las pegaban a unos libros enormes. Una semana más y, con la ayuda del cielo, habrían terminado. George no sabía qué oscuros cálculos habían convencido a los monjes de que no necesitaban preocuparse por las palabras de diez, veinte o cien letras.

Uno de sus habituales quebraderos de cabeza era que se produjese algún cambio de plan y que el gran lama (a quien ellos llamaban Sam Jaffe, aunque no se le parecía en absoluto) anunciase de pronto que el proyecto se extendería aproximadamente hasta el año 2060 de la Era Cristiana. Eran capaces de una cosa así.

George oyó que la pesada puerta de madera se cerraba de golpe con el viento al tiempo que Chuck entraba en el parapeto y se situaba a su lado. Como de costumbre, Chuck iba fumando uno de los cigarros puros que le habían hecho tan popular entre los monjes, que, al parecer, estaban completamente dispuestos a adoptar todos los menores y gran parte de los mayores placeres de la vida. Esto era una cosa a su favor: podían estar locos, pero no eran tontos. Aquellas frecuentes excursiones que realizaban a la aldea de abajo, por ejemplo...

- Escucha, George - dijo Chuck, con urgencia -. He sabido algo que puede significar un disgusto.

- ¿Qué sucede? ¿No funciona bien la maquina? - ésta era la peor contingencia que George podía imaginar. Era algo que podría retrasar el regreso, y no había nada más horrible. Tal como se sentía él ahora, la simple visión de un anuncio de televisión le parecería maná caído del cielo. Por lo menos, representaría un vinculo con su tierra.

- No, no es nada de eso. -Chuck se instaló en el parapeto, lo cual era inhabitual en él, porque normalmente le daba miedo el abismo- . Acabo de descubrir cuál es el motivo de todo esto.

- ¿Qué quieres decir? Yo pensaba que lo sabíamos.

- Cierto, sabíamos lo que los monjes están intentando hacer. Pero no sabíamos por qué. Es la cosa más loca...

- Eso ya lo tengo muy oído - gruñó George.

- ...pero el viejo me acaba de hablar con claridad. Sabes que acude cada tarde para ver cómo van saliendo las hojas. Pues bien, esta vez parecía bastante excitado o, por lo menos, más de lo que suele estarlo normalmente. Cuando le dije que estábamos en el ultimo ciclo me preguntó, en ese acento inglés tan fino que tiene, si yo había pensado alguna vez en lo que intentaban hacer. Yo dije que me gustaría saberlo... y entonces me lo explicó.

- Sigue; voy captando.

- El caso es que ellos creen que cuando hayan hecho la lista de todos los nombres, y admiten que hay unos nueve billones, Dios habrá alcanzado su objetivo. La raza humana habrá acabado aquello para lo cual fue creada y no tendrá sentido alguno continuar. Desde luego, la idea misma es algo así como una blasfemia.

- ¿Entonces que esperan que hagamos? ¿Suicidarnos?

- No hay ninguna necesidad de esto. Cuando la lista esté completa, Dios se pone en acción, acaba con todas las cosas y... ¡Listos!

- Oh, ya comprendo. Cuando terminemos nuestro trabajo, tendrá lugar el fin del mundo.
Chuck dejo escapar una risita nerviosa.

- Esto es exactamente lo que le dije a Sam. ¿Y sabes que ocurrió? Me miró de un modo muy raro, como si yo hubiese cometido alguna estupidez en la clase, y dijo: "No se trata de nada tan trivial como eso".

George estuvo pensando durante unos momentos.

- Esto es lo que yo llamo una visión amplia del asunto - dijo después -. ¿Pero qué supones que deberíamos hacer al respecto? No veo que ello signifique la más mínima diferencia para nosotros. Al fin y al cabo, ya sabíamos que estaban locos.

- Sí... pero ¿no te das cuenta de lo que puede pasar? Cuando la lista esté acabada y la traca final no estalle - o no ocurra lo que ellos esperan, sea lo que sea -, nos pueden culpar a nosotros del fracaso. Es nuestra máquina la que han estado usando. Esta situación no me gusta ni pizca.

- Comprendo - dijo George, lentamente -. Has dicho algo de interés. Pero ese tipo de cosas han ocurrido otras veces. Cuando yo era un chiquillo, allá en Louisiana, teníamos un predicador chiflado que una vez dijo que el fin del mundo llegaría el domingo siguiente. Centenares de personas lo creyeron y algunas hasta vendieron sus casas. Sin embargo, cuando nada sucedió, no se pusieron furiosos, como se hubiera podido esperar. Simplemente, decidieron que el predicador había cometido un error en sus cálculos y siguieron creyendo. Me parece que algunos de ellos creen todavía.

- Bueno, pero esto no es Louisiana, por si aún no te habías dado cuenta. Nosotros no somos más que dos y monjes los hay a centenares aquí. Yo les tengo aprecio; y sentiré pena por el viejo Sam cuando vea su gran fracaso. Pero, de todos modos, me gustaría estar en otro sitio.

- Esto lo he estado deseando yo durante semanas. Pero no podemos hacer nada hasta que el contrato haya terminado y lleguen los transportes aéreos para llevarnos lejos. Claro que - dijo Chuck, pensativamente - siempre podríamos probar con un ligero sabotaje.

- Y un cuerno podríamos. Eso empeoraría las cosas.

- Lo que yo he querido decir, no. Míralo así. Funcionando las veinticuatro horas del día, tal como lo está haciendo, la máquina terminará su trabajo dentro de cuatro días a partir de hoy. El transporte llegará dentro de una semana. Pues bien, todo lo que necesitamos hacer es encontrar algo que tenga que ser reparado cuando hagamos una revisión; algo que interrumpa el trabajo durante un par de días. Lo arreglaremos, desde luego, pero no demasiado aprisa. Si calculamos bien el tiempo, podremos estar en el aeródromo cuando el último nombre quede impreso en el registro. Para entonces ya no nos podrán coger.

- No me gusta la idea - dijo George -. Sería la primera vez que he abandonado un trabajo. Además, les haría sospechar. No, me quedare y aceptare lo que venga. 


- Sigue sin gustarme - dijo, siete días más tarde, mientras los pequeños pero resistentes caballitos de montaña les llevaban hacia abajo por la serpenteante carretera -. Y no pienses que huyo porque tengo miedo. Lo que pasa es que siento pena por esos infelices y no quiero estar junto a ellos cuando se den cuenta de lo tontos que han sido. Me pregunto cómo se lo va a tomar Sam.

- Es curioso - replicó Chuck -, pero cuando le dije adiós tuve la sensación de que sabía que nos marchábamos de su lado y que no le importaba porque sabía también que la máquina funcionaba bien y que el trabajo quedaría muy pronto acabado. Después de eso... claro que, para él, ya no hay ningún después...

George se volvió en la silla y miró hacia atrás, sendero arriba. Era el último sitio desde donde se podía contemplar con claridad el monasterio. La silueta de los achaparrados y angulares edificios se recortaba contra el cielo crepuscular: aquí y allá se veían luces que resplandecían como las portillas del costado de un trasatlántico. Luces eléctricas, desde luego, compartiendo el mismo circuito que el Mark V. ¿Cuánto tiempo lo seguirían compartiendo?, se preguntó George. ¿Destrozarían los monjes el ordenador, llevados por el furor y la desesperación? ¿O se limitarían a quedarse tranquilos y empezarían de nuevo todos sus cálculos?

Sabía exactamente lo que estaba pasando en lo alto de la montaña en aquel mismo momento. El gran lama y sus ayudantes estarían sentados, vestidos con sus túnicas de seda e inspeccionando las hojas de papel mientras los monjes principiantes las sacaban de las maquinas de escribir y las pegaban a los grandes volúmenes. Nadie diría una palabra. El único ruido sería el incesante golpear de las letras sobre el papel, porque el Mark V era de por sí completamente silencioso mientras efectuaba sus millares de cálculos por segundo. Tres meses así, pensó George, eran ya como para subirse por las paredes.

- ¡Allí esta! - gritó Chuck, señalando abajo hacia el valle -. ¿Verdad que es hermoso?

Ciertamente, lo era, pensó George. El viejo y abollado DC3 estaba en el final de la pista, como una menuda cruz de plata. Dentro de dos horas los estaría llevando hacia la libertad y la sensatez. Era algo así como saborear un licor de calidad. George dejó que el pensamiento le llenase la mente, mientras el caballito avanzaba pacientemente pendiente abajo.

La rápida noche de las alturas del Himalaya casi se les echaba encima. Afortunadamente, el camino era muy bueno, como la mayoría de los de la región, y ellos iban equipados con linternas. No había el más ligero peligro: sólo cierta incomodidad causada por el intenso frío. El cielo estaba perfectamente despejado e iluminado por las familiares y amistosas estrellas. Por lo menos, pensó George, no habría riesgo de que el piloto no pudiese despegar a causa de las condiciones del tiempo. Esta había sido su última preocupación.

Se puso a cantar, pero lo dejó al cabo de poco. El vasto escenario de las montañas, brillando por todas partes como fantasmas blancuzcos encapuchados, no animaba a esta expansión. De pronto, George consultó su reloj.

- Estaremos allí dentro de una hora - dijo, volviéndose hacia Chuck. Después, pensando en otra cosa, añadió -: Me pregunto si el ordenador habrá terminado su trabajo. Estaba calculado para esta hora.

Chuck no contesto, así que George se volvió completamente hacia él. Pudo ver la cara de Chuck; era un ovalo blanco vuelto hacia el cielo.

- Mira - susurro Chuck; George alzó la vista hacia el espacio.

Siempre hay una última vez para todo. Arriba, sin ninguna conmoción, las estrellas se estaban apagando.




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Arthur C. Clarke nació en el pueblo de Minehead, en Somerset, Inglaterra, el 16 de Diciembre de 1917. Falleció el 19 de Marzo de 2008 en Colombo, Sri Lanka, dónde estuvo establecido desde 1956 y siguió desarrollando algunas actividades a pesar de su avanzada edad y de una secuela de poliomielitis que lo tuvo atado a una silla de ruedas. 

Coautor del guion del inolvidable film "2001: Odisea del Espacio", escribió numerosos libros y cuentos de ciencia-ficción.

Hasta la próxima semana.